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cernunos


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LA CAZA DE CELINOS

El casar y el compadrar
cada uno con su igual
y no como aconteció
a Elena de Montalbán,
que la casan con un viejo,
viejo es de antigüedad:
al viejo le vence el sueño,
la niña quiere folgar.

El viejo, como es costumbre,
para la misa se va.
Tomó peine en la su mano,
sus trenzados fue a peinar;
en la su mano derecha
un espejo de cristal.
Miraba su lindo cuerpo
y su bel asemejar,
bendiciendo a Dios del cielo,
tan linda la fue a criar;
maldiciendo padre y madre
que un viejo le fueron dar.
Mientras el conde está en misa,
Celinos por allí va,
con trescientos cascabeles
alrededor del petral:
los unos cien son de oro,
–los otros cien de metal,
los otros cien son de plata
para mejor resonar.
—¿Cómo lo haré yo, Celinos,
para aquel viejo matar?
—Decidle que estáis preñada
de tres meses y algo más,
que se os antoja un antojo,
antojo que es de antojar:
la cabecita de un ciervo
que anda en el Monte Olivar.
Cortarle he yo la cabeza
y os la tengo de mostrar,
en la punta de la lanza
yo la tengo que apuntar.—
El conde viene de misa,
la condesa mala está.
—¿Por qué lloras, la condesa,
por qué tienes de llorar?
—De este mal que yo ahora tengo
nada a ti te ha de pesar:
lloro porque estoy preñada
de tres meses y algo más.
—¿Si quieres trucha de río,
o pescado de la mar,
o carnero castellano,
o vaca de Portugal?
—En los montes de Celinos
un ciervo oigo bramar,
que le relumbra la pluma
como si fuera cristal,
si de aquel ciervo no gusto,
yo pienso de reventar.
—No arrevientes, la condesa,
bien se puede remediar,
que la cabeza del ciervo
yo te la treré a cenar.
Baja las armas, Elena,
para yo irla a buscar.
—¡Malditos sean los viejos
y quien les ha dado pan,
que para matar un ciervo
las armas quieren llevar;
con la rueca a la cintura
yo me lo atrevo a matar!—
Tomó armas y caballo
al ciervo fue a alcanzar.
Siete vueltas diera al monte
sin con el ciervo encontrar;
de las siete para ocho
vio unas armas relumbrar.
—¿Adónde va, el conde viejo,
por este Monte Olivar?
—Antojos de mi condesa
aquí me han hecho llegar.
—Antojos de tu condesa
la vida te han de costar.
—¿Qué te hice yo, Celinos,
que me respondes con mal?
—En la tu mulica roja
me tengo de pasear
y la tu esposa querida
marido me ha de llamar.
—Eso está de Dios, Celinos,
lo que Dios quiera será.—
De primero, al conde viejo,
de primero, le iba mal;
a los segundos encuentros,
Celinos en tierra está.
Ya le corta la cabeza,
para su casa la trae.
—Toma esta cabeza, Elena,
para tu antojo quitar.
—Esa cabeza, el conde
viva debiera de estar,
que tiene muchos parientes
y te puede venir mal.
Para que pronto lo sepan,
cartas les he de enviar.
—Calla, calla, la condesa,
razón tú no les darás.—
Le cortara la cabeza,
las pusiera par a par:
—¡Ahora ya yo os doy tiempo
de dar besos y abrazar!

Únicamente la tradición oral moderna, en territorios muy varios, nos ha conservado textos de este romance, que no aparece en las colecciones antiguas. Sólo una ensalada de romances a lo divino de 1560, en que se narra la caída de Lucifer, nos ha dejado, en dos octosílabos (glosados en la estrofa 65), huella de él, aunque deformada, debido a los propósitos del glosador, que acababa de recordar los versos del famoso romance: «Cata Francia, Montesinos»:

Cata la vandera y seña
que perdió este desleal
con injuria no pequeña;
cata las sierras de Ardeña
donde brama un animal,

huella que siempre me resultó evidente gracias a una versión de «La caza de Celinos» que en 1948 pude oír en Sejas de Sajambre (Zamora), donde figuraban los versos:

—N’esos montes de Ceriño
un ciervo oyo bramar,
que, si no comiese de él,
esperaba reventare.

En ella estos versos eran parte central del engaño que traman conjuntamente la esposa del viejo conde, deseosa de deshacerse de él, y su amante Celinos, engaño que constituye el motivo central, en torno al cual gira la acción del romance en todas las versiones orales modernas, sean del Noroeste de la Península (que es donde se llama así al amante), sea en Cataluña (donde recibe el nombre de Dirlos, deformado en Grillos), sea en las comunidades judeo-españolas de Oriente (en que predomina el de Carleto): la joven esposa finge hallarse embarazada y tener antojo de comer carne de caza de un determinado ciervo (jabalí, u otro animal) que se halla en un monte específico, al cual pretende que su viejo marido acuda sin protección, para que Celinos le dé fácilmente muerte.

La gesta de Beuve de Hantone, de la cual se conocen varias redacciones, una anglo-normanda (del s. XII), dos francesas (del s. XIII) y varias italianas en verso y en prosa (tardías), y que tuvo difusión pan-europea (en versiones holandesa, inglesa, irlandesa, galesa, nórdica, servia, rusa, yidish y rumana), se inicia con un episodio semejante, referido al padre de Beuve, el conde Gui de Hantone.

Tenemos que recurrir a distintas ramas de la tradición europea para hallar los detalles de la narración más cercanos a los del romance cantado en las diversas lenguas hispánicas (en gallego-portugués, en castellano, en judeo-español, en catalán): sólo la tradición italiana declara específicamente que la esposa se finge preñada para exigir el cumplimiento de su antojo de comer carne de caza; otras ramas de la tradición (la anglo-normanda, las francesas, la inglesa) se conforman con decir que se finge enferma, pero el deseo de carne de caza como necesidad perentoria para una criatura en ciernes es un motivo tradicional bien conocido. En la versión italiana, no se especifica el animal deseado; en el texto anglo-normando, se trata de un jabalí y, en las dos versiones francesas, de un ciervo que se halla en cierto bosque «en Ardenne» (como decía también la versión castellana conocida por el autor de la ensalada), y, en ellas, la esposa antojadiza no sólo pide su carne sino «le cuer du ventre, ains que fers láit touchié» (lo cual nos trae al recuerdo la versión oral de nuestro romance arriba citada, en que la condesa pondera la reluciente piel («la pluma) del ciervo deseado).

La íntima relación entre el romance hispánico y la historia de Gui o Guido, no se manifiesta únicamente en la escena del ardid tramado por los amantes, sino en otra escena previa (que de forma plena sólo es recordada en las versiones judeo-orientales), la de la bella que se mira al espejo y maldice a sus padres por haberla casado con un viejo. Se halla también en las versiones continentales francesas y en las italianas de «Beuve» o «Buove»; y, en forma especialmente próxima a la de nuestro romance, en los textos italianos, en verso y en prosa:

«Muchas veces, estando en su cámara mirando su bella figura en el espejo, maldecía a quienes le habían dado por marido a Guido d’Antona, que era viejo cano. Y decía: Mi padre debería haber pensado que, puesto que el duque Guido había pasado tantos años sin mujer, sería porque le movía bien poco el deseo de ella, y que, si de joven no tuvo deseo de mujer, ¿cómo iba a tenerlo ahora en su vejez?».

El romance hispánico «moraliza» la escena épica, suponiendo que el viejo conde no acepta la insinuación de su mujer de que vaya desarmado (habrá de entenderse ‘sin armadura’), ya sea porque toma finalmente sus armas, ya sea porque finge dejarlas pero se provée de otras nuevas, lo que le permite ser él quien corte la cabeza de su rival. El viejo Guido caía en la emboscada.

Diego Catalán, del Romancero de la Cuesta del Zarzal

Imagen: Cernunnos

Publicado el 08 de mayo de 2007 – 22:56. Archivado en Wayback Machine

Romances publicados:

** 1.- La bella en misa

** 2.- La muerte ocultada

** 3.- El caballero burlado

** 4.- La infantina

** 5.- El prisionero

** 6.- Espinelo

** 7.- Ogier y Roldán

** 8.- El moro Búcar ante Valencia

** 9.- Muerte del duque de Gandía

**10.- Muerte del Maestre de Santiago

**11.- La merienda del moro Zaide

**12.- Cercada está Santa Fe

**13.- Por la ribera del Turia

**14.- El enamorado y la muerte

**15.- El rey Rodrigo pierde el reino

**16.- Lanzarote y el ciervo de pie blanco

**17.- Gaiferos libera a Melisendra

**18.- Paris y Elena

**19.- Aliarda

**20.- El caballo robado

**21.- El rey chico y la mora cautiva de Antequera

**22.- Durandarte envía su corazón a Belerma

**23.- El infante don García

**24.- Grifos lombardo

**25.- Gerineldo

**26.- La condesita

**27.- La condesa de Castilla traidora

**28.- Nacimiento de Bernardo

**29.- Marquillos

**30.-La vuelta del navegante

**31.- El conde Dirlos

**32.- Penitencia de Rodrigo

**33.- Enamorada de un muerto

**34.- La guarda cuidadosa

**35.- La canción del huérfano

**36.- Flérida y don Duardos

**37.-El desdeño del amor

**38.- Paridlo, infanta, paridlo

**39.- Cómo no cantas, la bella

**40.- Bodas de sangre

**41.- Alabóse el Conde Vélez

**42.- Silvana

**43.- Bernal Francés

**44.-Sacrificio de Isaac

**45.- Nacido nos ha un bailico

**46.- La noble porquera

**47.- La caza de Celinos

**48.- El veneno de Moriana

**49.- Bodas se hacían en Francia

**50.- Don Manuel y el moro Muza

**51.- Don Diego y el moro que retó a Chamartín

**52.- Mientras yo podo las viñas

**53.- La Gallarda matadora de hombres

**54.- El cautivo y el ama buena

**55.- La serrana de la Vera

**56.- El Cid pide parias al moro

**57.- El conde Alemán

**58.- El pajecico sacado del mar

**59.- El infante vengador

**60.- Valdovinos sorprendido en la caza

**61.- Quejas de doña Urraca

**62.- El hijo póstumo

**63:- Una fatal ocasión

**64.- Juan Lorenzo, cuernos de oro

**65.- El Mostadí