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Estados Unidos, Gatopardo, Huckleberry Finn, literatura, Mark Twain, Norman Rockwell
Había algunos cuadros que llamaban «pasteles», que había hecho una de las hijas, muerta cuando sólo tenía quince años. Eran diferentes de todos los cuadros que había visto antes: casi todos más oscuros de lo que se suele ver. Uno era de una mujer con un vestido negro ajustado, con un cinturón debajo de los sobacos y con bultos como una col en medio de las mangas y un gran sombrero negro en forma como de cofia, con un velo negro y los tobillos blancos y delgados vendados con una cinta negra y unas zapatillas negras muy pequeñas, como espátulas, y estaba inclinada pensativa sobre una losa de cementerio apoyándose en el codo derecho, bajo un sauce llorón, con la otra mano caída a un lado y en ella un pañuelo blanco y un ridículo, y debajo del cuadro un letrero que decía «Nunca volveré a verte, ay». Otro era de una señorita joven con el pelo todo peinado en tupé y hecho un moño y atado por detrás a un peine grande como una espalda de silla que lloraba en un pañuelo y en la otra mano tenía un pájaro muerto de espaldas y patas arriba, y debajo del cuadro decía «Nunca volveré a oír tu dulce trino, ay». Había otro en que una señorita miraba a la luna por una ventana y se le caían las lágrimas por las mejillas, y en una mano tenía una carta abierta en cuyo borde se veía un sello de lacre negro, y se llevaba a la boca un guardapelos con una cadena y debajo del cuadro decía «Y te has ido, sí, te has ido, ay».