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Colette, Crítica literaria, Gatopardo, literatura francesa, siglo XX
La lectura de los atestados de la Guardia Civil y de la policía es una experiencia casi mística. El minucioso cuidado con el que describen la escena del delito, y ese premioso estilo narrativo con el que evitan muy mucho dejar cabo suelto, me han procurado arrugas imperecederas en el entrecejo.
En un choque entre un camión y una moto, si el motorista quedó decapitado, y su cabeza vino a traspasar el cristal de la ventanilla de un coche ajeno al accidente, se referirían al descabezado llamándole «presunto cadaver», e informarán de que la cabeza que se encontró «no presentaba signos aparentes de vida». La descripción del punto kilométrico exacto del accidente y las declaraciones de los testigos suelen hacerse en esa prosa de Muñoz Molina que tanto gusta a Píramo, un escandallo donde se alterna la exahustiva enumeración de cada pijadica, con la absoluta incapacidad para describir y narrar sin embelecos.