Aunque en el libro de Indalecio Liévano-Aguirre, “Grandes conflictos de nuestra historia”¹ se desenmascara la hipocresía de la “alta clase” social de los voceros de nuestra independencia, de un Camilo Torres y de quienes, después de su triunfo, abjuraron de los principios igualitarios que invocaron para justificar la posesión de los cargos de los españoles; y aunque en el “cuadro de costumbres” Las tres tazas , de José-María Vergara y Vergara, se ironizó la simulación que había acunado el “patriciado” colombiano, con su correspondiente fervor servil por los extranjeros; y aunque Jaime Jaramillo Uribe² recuerda, en uno de sus ensayos sobre “Historia social de Colombia” que el Marqués de San Jorge perdió su título —comprado, sin duda— porque no pagó los derechos correspondientes; y aunque la historia colombiana ha puesto en la picota esa “aristocracia” hasta el punto de que hoy es anacrónico ocuparse con su terca agonía: pese a eso, cuando se critica a esa clase, la réplica a la crítica es un depravado argumentum ad hominem: el que la hace, es un “resentido”. No es nuevo el argumento. Parece provenir del reinado sociofilosófico de Germán Arciniegas, del más severo crítico de Hegel, a quien nunca leyó en su lengua madre, y de su anticomunismo gringo.
POLÉMICA Y CRÍTICA
04 lunes Oct 2021
Posted Colombia, Crítica literaria
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