
8 DICIEMBRE DE 1980
Sara llevaba un corte de pelo que parecía perpetrado por su peor enemigo para resaltar su cara algo caballuna: era el mismo peinado que había despertado los instintos maternales por Mireille Mathieu en Francia, y que afeaba sin distinción a todas las niñas de hospicio.
A sus diecinueve años, Sara vivía en una comuna de seguidores de Lanza del Vasto, que abominaban de los excitantes como el té y el café, el tabaco, el chocolate, la carne, las ropas ceñidas, las afirmaciones del ego, del sexo no tántrico, sea lo que sea que quiera decir esto, de los derechos individuales, de los adelantos modernos como la luz eléctrica o los antibióticos, considerándolos enemigos de la armonía personal. En su vida comunitaria, abogaban por la meditación en grupo, por lo insípido, por el trato melifluo y la beatitud de la ataraxia.
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