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agricultura, Andrés Clavería, campesinos, Colaboraciones, Gatopardo
Apenas se filtraban los primeros rayos del sol por la ventana, la sonora voz de nuestro padre, invariablemente, daba la orden fatídica del inicio de la jornada, y nos urgía para que trabajáramos con la fresca. Lo malo era que cuando llegaban las horas de máximo calor, también seguíamos en nuestra tarea.
Nuestro contacto con la naturaleza siempre fue total, privilegio que, a fuerza de vivirlo, decae en esa monotonía que la obligación impone, por lo que pierde su cautivador encanto y, en vez de disfrutarlo, lo padecemos. El trabajo absorbe, ocupa y preocupa, y quien ha de madrugar o trasnochar para desarrollar faenas agrícolas se despoja de toda sensibilidad poética.