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A lo largo de una vida poco ejemplar he tenido ocasión de conocer muchas clases de gente; pero hasta hace poco no había tenido ocasión de tratar con periodistas. Como los precios son más bajos en el club de jubilados, vienen en bandadas. Se les reconoce enseguida: todos llevan algún aderezo incongruente: una pajarita con la camisa de cuadros de franela, unos zapatos de charol con el anorak, un pelo enmarañado y grasiento con un traje de alpaca, y siempre llevan mucha prisa; pero son capaces de tirarse dos horas de palique. La encargada me deja poner el tenderete de echadora de cartas y, a cambio, le descubro enamorados tímidos, de pelo rizado y buena posición, que no se atreven a declararse. La pobre se siente una femme fatale, y los parroquianos andan locos con sus miradas incendiarias y sus próstatas.