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BERNAL FRANCÉS

—¿Quién es ese caballero
que a mi puerta ha dicho: ”Abrid”?
—Ábremela, Catalina,
la del cuerpo muy gentil,
soy Bernal Francés, señora,
el que te solía servir,
de noche para la cama,
de día para el jardín.
—Levántate, Teresica,
levántate y ve a abrir.
—No tengo lumbre ni aceite,
ni torcida pa’l candil;
levántese, la señora,
pues con él ha de dormir.—
Se levanta la cuitada,
desvelada del dormir,
con candil de oro en la mano,
le sale a recibir;
al bajar de la escalera,
se le ha caído un chapín.
Con el aire de la capa,
le apagaron el candil.
—¡Válgame la Virgen santa,
válgame el señor san Gil!,
quien el candil ha matado
mejor me matará a mí!
—No des voces, Catalina,
no me des a descubrir,
que tras mí viene el alcalde,
tras mí viene el alguacil,
a tres hombres dejo muertos
y otros tres para morir,
si ven la luz encendida,
dirán que yo estoy aquí.—
Yo le cogí por la mano,
le llevé para el jardín;
le senté en silla de oro,
cubierta de carmesí,
le lavé sus blancos pies
con agua de toronjil;
le quité camisa sucia,
yo de holanda se la di
y acostele en la mi cama,
acostele a par de mí,
en una cama de flores
donde un rey puede dormir.
A eso de la media noche,
no volvía el rostro a mí.
—¿Qué tienes tú, el francés,
no solías ser así,
que, con besitos y abrazos,
no me dejabas dormir,
¿o tienes miedo a los moros,
o te han dicho mal de mí,
o tienes otra en la Francia
que la quieres más que a mí?
—Yo no les temo a los moros,
ni me han dicho mal de ti,
ni tengo yo amor en Francia
que le quiera más que a ti;
sólo temo a tu marido,
si viene y nos halla aquí.
—No tengas miedo, francés,
no tengas miedo por mí;
no temas a mi marido,
que está muy lejos de aquí:
mi marido está a la guerra,
no le dejarán venir.
Yo le escribiré una carta
a ese conde don Martín,
que me lo eche a una galera
y no lo deje venir.
—Si eso hicieras, mi señora,
pagada serías de mí:
te daré saya de grana,
forrada de carmesí,
gargantilla colorada,
la que a ninguna le di.—
A las últimas palabras,
yo, triste, le conocí.

En la “corona poética” del Romancero oral, es ésta una de las piedras preciosas mejor talladas, de las que más llamativamente ostentan el artificio, la complejidad del arte “natural” de la poesía, aparentemente simple, característica de las creaciones tradicionales.

Una pregunta, “¿Quién es ése…”, nos sitúa de pronto, sin explicación previa ninguna, en el escenario donde se va a desarrollar un drama. Es prefiguradora de cuál va a ser la causa de la tragedia: la dudosa identidad del personaje que ha dicho “¡Abrid!”. Pero los oyentes del romance tendríamos que estar extraordinariamente alerta para ser capaces de captar esta sutil función indicial y sospechar que la identificación establecida por la respuesta del que llama a la puerta envuelve una trampa. El “ordo artificialis” (la presentación desordenada) de las primeras secuencias de la historia (que, según luego sabremos, incluyen la partida del marido a tierras lejanas, el adulterio en su ausencia y su inesperado regreso), consigue el deseado efecto dramático de mantenernos engañados; tan engañados como está la propia protagonista.

En su diálogo, los personajes (la señora de la casa, su criada confidente, el importuno que llama a la puerta a horas intempestivas) nos dejan ver que Bernal Francés y Catalina han tenido una relación sexual continuada, relacíón que, por lo sensual (“de noche para la cama / de día para el jardín”), se nos antoja ilícita; pero seguimos ignorando que la relación es adúltera.

La narración de cómo la señora acude a abrir la puerta ofrece, para los conocedores del “lenguaje” típico del Romancero, unos primeros indicios de que la historia puede dar un viraje en dirección trágica, al llamar de pasada “cuitada” a Catalina y al reseñar que pierde en el camino uno de sus chapines, pues, aunque ello es debido a la precipitación con que acude a abrir al amante, no deja de ser un signo o presagio de mal agüero (según sabemos por otros romances). Cuando, a continuación, el recibimiento amoroso resulta inicialmente frustrado por el apagón del candil, señal premonitoria de muerte, que la propia protagonista interpreta, nos confirmamos en nuestras sospechas. Estamos preparados para pensar que la deseada oscuridad presenta peligros para la dama, por muy razonables que sean las explicaciones del caballero que la exige.

Pero la voluptuosa escena en que ella, en su jardín, lava y desnuda al amante, nos reintroduce en otro ambiente. Confiados en que asistimos al gozoso reencuentro de dos enamorados, sólo empezará para nosotros a desvelarse la historia, que la artística intriga esconde, durante el diálogo provocado por la indiferencia sexual que manifiesta el supuesto amante, cuando el caballero alude a la condición de mujer casada de la dama y a la ausencia del marido. Y sólo cuando la esposa infiel se entere de la trampa en que ha caído, al descifrar el simbolismo sangriento del vestido de color y del collar que su falso amante le promete, habremos nosotros también llegado a conocer la verdadera identidad del caballero que llamó a la puerta.

La graduación en la revelación de la historia es magistral hasta situarnos sorpresivamente en el desenlace trágico.

Otro recurso estilístico de extraordinario efecto, muy característico de las técnicas expositivas del arte poética del Romancero oral, es el de poner en boca del propio protagonista (incluso trágicamente muerto al fin de la historia) la narración de las vicisitudes por que atraviesa en su camino hacia su trágico destino.

Y perfecto es el desenlace, que no hay por qué explicitar teniendo que narrar la muerte de la adúltera.

Ante la admiración que suscita una “lectura estética” del romance de “la amante de Bernal Francés” poco importa que Bernal Francés sea el nombre de un caballero de excelentes prendas, capitán de ciertas gentes de las Hermandades en tiempos de Enrique IV y de los Reyes Católicos, un capitán que sirvió con cien lanzas en la Guerra de Granada y a quien, no obstante haber perdido, en 1486, por mala guarda, la villa y castillo de Níjar, le premiarían los reyes el 8 de mayo de 1492, por sus muchos servicios, con tierras en el término de Setenil “en que puedan caber y apacentarse e erbajar e pastar quatro mil cabeças de ganado obejuno”. Pero ello tiene el interés de contribuir a dar crédito a la hipótesis de que el romance hispánico (portugués-castellano-catalán) fue el origen de las similares canciones recogidas en Provenza e Italia, hipótesis que, de otra parte, sugería la métrica de estas canciones transpirenaicas.

En los Siglos de Oro no se publicó. Pese a ello, sabemos que era muy conocido, dada las indudables referencias que hacen a su texto tanto Góngora, como Calderón, como Lope de Vega en composiciones burlescas o humorísicas.

Puesto que, en ellas, sólo es recordado el típico comienzo, “¿Quién es ése caballero que a mi puerta dixo: Abrid?”, “Quién es ése caballero, que a mis puertas dijo: Abrid?”, y la alternativa que propone la dama al interpretar la falta de pasión de su supuesto amante, “o vos…, o alguien dice mal de mí”, no tenemos testimonio de cómo en el siglo XVII se desarrollaba la acción dramática. Pero a la vista de ese que, indudablemente, era el incipit del romance y de la existencia de la insinuación de la dama, y teniendo presente la similitud estructural de las versiones modernas de Portugal y Brasil, de Sajambre y Cantabria, de Zamora, Palencia, Burgos y Navarra, de Lérida, Gerona, Barcelona, Tarragona y Las Baleares (con mixtura lingüística catalano-castellana), de Cáceres y Badajoz, de Almería, de Canarias, de Cuba, de Nuevo México, de Chile… podemos asegurar que la comentada magistral organización de la intriga es consubstancial al romance. No obstante, la simple comparación entre sí de las versiones del siglo XX nos muestra que no todos los detalles de nuestro texto que hemos ponderado por su acierto son primigenios, sino acertados retoques de ditintos cantores del romance que en tiempos y lugares diversos han cooperado a acendrar su dicción. Por otra parte, entre las versiones recogidas las hay que presentan en su gran perfección los varios rasgos estilísticos que he destracado (por ejemplo, las de varios pueblos de Burgos y Soria, o de Canarias) y las hay que los abandonan parcialmente, sea continuando el discurso final del marido, sea explicitando la muerte dada a la adúltera, o sea mediante la incorporación de una descripción de la dama antes de comenzar la acción dramática (como hace la tradición judeo-española de Marruecos).

Alteraciones más graves en la estructura del romance han tenido lugar en la tradición judeo-española oriental, en Hispano-américa y en la tradición portuguesa.

Entre los sefardíes de Oriente el tema posiblemente no se conservó hasta tiempos modernos, aunque se mantuviera memoria de un conjunto de sus versos típicos. De Emirna sólo conozco un fragmento sin conclusión; en Sarajevo y Adrianópolis varios motivos de “Bernal Francés” han sido incorporados al romance de “Marquillos”.

En América, el romance ha generado “El corrido de Elena” y, al incorporarse el tema a este nuevo género poético, se ha antepuesto, a modo de introito-moraleja, un resumen de su “argumento” al tradicional comienzo del romance en asonante –í:

Elena, por cautelosa,
su marido la mató
con un rifle treinta a treinta
en el corazón le dio.
En esa ciudad de Turpa
Benito se apareció,
con todos quería pelearse,
menos con Fernando, no.
Al alto del firmamento
vide volar una estrella:
“No más no se ande rajando,
que ya lo he visto con ella”
—Abridme la puerta, Elena,
sin ninguna desconfianza,
que soy Fernando el francés,
que ahorita llego de Francia.
—¿Quién es ese caballero
que mis puertas mandó abrir?
Mis puertas se hallan cerradas,
muchacho, enciende el candil.—
Al abrir la media puerta,
se nos apaga el candil…

Henríquez Ureña, en 1921 lo adquirió impreso en hoja volandera, en arreglo de Eduardo Guerrero; Salado Álvarez, en 1920, recordaba versos de él, que había oído cantar de niño en México, y, en 1927, Navarro Tomás lo recogió, de boca de un chico de unos quince años, en Santa Fe (Nuevo México)… Medio siglo más tarde, se seguían anotando versiones orales en México, Nicaragua, Costa Rica, Colombia, Luisiana, etc.:

En un profundo barranco,
sin saber cómo ni cuando,
allí se dieron de mano
Benigno con don Fernando.
Benigno mató al francés,
de momento se marchó,
llegó a la puerta de Elena,
llegó, tocó y tocó:
—Elena, ábreme la puerta,
sin ninguna desconfianza,
que soy Fernando el Francés
que ahora vengo de la Francia…

En extremo contraste con el corrido mexicano, que, fiel al concepto de hombría exaltado en el género, se complace en referir la sucesiva muerte de los amantes, la tradición portuguesa empatíza con la pasión de la adúltera y, en su búsqueda de una solución romántica, echa hábilmente mano de un recurso muy usual de los cantores del romancero oral: el de combinar la trama de dos romances preexistentes. Amparándose en la identidad de asonante (el difícil asonante en –í), que le ofrecían dos romances de tema muy dispar, tras relatar el desgraciado fin de la amante de Bernal Francés, sigue contando, en reconocimiento de la pasión compartida destruida por el celoso marido vengador de su deshonra, un encuentro inesperado de ambos amantes. Bernal Francés halla en su camino la sombra de su amada, con la que mantiene un último diálogo utilizando el argumento y los versos del hermoso romance de “La aparición de la amada muerta”:

—Vive, Bernaldo Francês,
vive tu, que eu ja vivi,
olhos com que te olhava
de terra já os cobrí,
braços com que te abraçava
já não têm força em si,
a boca que te beijava
já de terra a enchi.

La idiosincrasia de cada “pueblo” suele hacerse presente en los finales de los romances, según más de una vez veremos.

Diego Catalán

Publicado el 07/03/2007 16:09. Archivado en Wayback Machine

Romances publicados:

** 1.- La bella en misa

** 2.- La muerte ocultada

** 3.- El caballero burlado

** 4.- La infantina

** 5.- El prisionero

** 6.- Espinelo

** 7.- Ogier y Roldán

** 8.- El moro Búcar ante Valencia

** 9.- Muerte del duque de Gandía

**10.- Muerte del Maestre de Santiago

**11.- La merienda del moro Zaide

**12.- Cercada está Santa Fe

**13.- Por la ribera del Turia

**14.- El enamorado y la muerte

**15.- El rey Rodrigo pierde el reino

**16.- Lanzarote y el ciervo de pie blanco

**17.- Gaiferos libera a Melisendra

**18.- Paris y Elena

**19.- Aliarda

**20.- El caballo robado

**21.- El rey chico y la mora cautiva de Antequera

**22.- Durandarte envía su corazón a Belerma

**23.- El infante don García

**24.- Grifos lombardo

**25.- Gerineldo

**26.- La condesita

**27.- La condesa de Castilla traidora

**28.- Nacimiento de Bernardo

**29.- Marquillos

**30.-La vuelta del navegante

**31.- El conde Dirlos

**32.- Penitencia de Rodrigo

**33.- Enamorada de un muerto

**34.- La guarda cuidadosa

**35.- La canción del huérfano

**36.- Flérida y don Duardos

**37.-El desdeño del amor

**38.- Paridlo, infanta, paridlo

**39.- Cómo no cantas, la bella

**40.- Bodas de sangre

**41.- Alabóse el Conde Vélez

**42.- Silvana

**43.- Bernal Francés

**44.-Sacrificio de Isaac

**45.- Nacido nos ha un bailico

**46.- La noble porquera

**47.- La caza de Celinos

**48.- El veneno de Moriana

**49.- Bodas se hacían en Francia

**50.- Don Manuel y el moro Muza

**51.- Don Diego y el moro que retó a Chamartín

**52.- Mientras yo podo las viñas

**53.- La Gallarda matadora de hombres

**54.- El cautivo y el ama buena

**55.- La serrana de la Vera

**56.- El Cid pide parias al moro

**57.- El conde Alemán

**58.- El pajecico sacado del mar

**59.- El infante vengador

**60.- Valdovinos sorprendido en la caza

**61.- Quejas de doña Urraca

**62.- El hijo póstumo

**63:- Una fatal ocasión

**64.- Juan Lorenzo, cuernos de oro

**65.- El Mostadí