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año 1969, asesinato, Brigada Político-Social, Celso Galván Abascal, curas obreros, Derechos civiles, Enrique Ruano Casanova, España, Estado de excepción, Francisco Colino Hernanz, franquismo, Iglesia católica, Jesús Simón Cristóbal
Juan era un curita obrero lleno de brío, que bajaba del andamio donde trabajaba como encofrador, y acudía al lado de un moribundo con el Viático para recibir una buena rociada de la familia, que esperaba a un cura como Dios manda y se encontraba a un hombre oliendo a sudor, con el polvo de cemento incrustado en cada pliegue de la piel y una mirada de insomne maniaco. Luego, a las tantas, después de atender a su parroquia, llegaba en su vespino de segunda mano a la reunión con sus curtidos compañeros de la izquierda, en la sacristía que teníamos a nuestra disposición. 8/7/96.
Desentonaba entre nosotros por esa untuosa prosodia que sólo se aprende en el Seminario, y que nos divertía casi tanto como nos irritaba su manía de introducir tacos que sonaban artificiales. Siempre se podía contar con él para aportar la “vietnamita” que usaba en la parroquia, aquél trasto donde se imprimía de una en una las octavillas, y que habría sido una prueba de convicción para la policía, si la hubiera encontrado en la casa de cualquiera que no fuera él.