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Borbón, Carlos V, degeneración, Doctor Cabanés, Gatopardo, genética, Habsburgo, monarquía, prognatismo
Siempre hemos sentido curiosidad por conocer las características de los personajes que han representado un papel preponderante en la historia; pero, ¿con qué contamos ordinaria- mente para satisfacerla? Con documentos de autenticidad sospechosa que se contradicen mutuamente, con representaciones idealizadas en que se adivina la preocupación del artista más por adular su modelo que por darnos su fisonomía con precisión realista. Al retocar un retrato, con pretexto de embellecerlo, se corre el riesgo, no sólo de alterar el parecido, sino el de suprimir algún signo que nos permitiría identificar el personaje, y cuya importancia ha sido durante mucho tiempo desconocida. Aquí salimos del campo de la estética para entrar en el de la ciencia. Consideremos, por ejemplo, una serie de efigies representativas de la reina de Francía, María Antonieta: todas o casi todas acusan entre sí desemejanzas. Está mas o menos embellecida, según el pincel sea más o menos cortesano. Pero, haciendo abstracción de la pintura embellecida, se encuentra, en todas o en casi todas estas imágenes, los signos distintivos de la raza a que perteneció aquella princesa austriaca; principalmente su boca, tan característica, desde el punto de vista de un antropólogo, y que sigue siendo tan de la familia, que aun hoy se encuentra, sin modificaciones apreciables, en la madre de uno de los soberanos reinantes en un país del que nos separa una cadena de montañas, pues no estamos en tiempos en que pueda decirse que no hay Pirineos. ¿Qué tiene de particular esta boca para imprimir a la fisonomía una marca tan singular? A decir verdad, la tara ancestral está atenuada en María Antonieta, y la barbilla, un tanto pesada, desaparece en un conjunto relativamente gracioso; pero el prognatismo, como decimos en nuestra jerga, es patente. 1) Lo mismo que la hipertrofia, el desarrollo exagerado del labio inferior es innegable. Agréguese a esto una altura anormal de la frente, los globos oculares salientes, como fuera de la órbita, y tendremos los rasgos generales de la dinastía de los Habsburgo, que nos proponemos estudiar desde el punto de vista psicopatológico.
Indudablemente, la transmisión de estas anomalías no ha sido siempre integral: ciertos miembros de la familia han heredado el prognatismo del maxilar y no el labio grueso; otros, el labio sin el saliente de la mandíbula; por consiguiente, no podríamos comprobar la transmisión hereditaria del tipo familiar; desde ahora, y en todo lo que sigue, trataremos de demostrarla. Se ha escrito, con razón 2), que este carácter teratológico, «tan patente, se ha transmitido con tal constancia, que forma, digámoslo así, parte integrante de esta familia y le imprime carácter». Si hemos elegido a los Habsburgo para el estudio de la herencia morbosa en la historia, es porque con ninguna otra familia real se puede probar con tanta facilidad, gracias precisamente a la constancia de la anomalía facial de la que acabamos de mencionar. Sin entrar excesivamente en explicaciones técnicas, nos parece oportuno decir cómo se produce el prognatismo inferior al que con tanta frecuencia nos vamos a referir. Conviene, en primer lugar, definirlo, para lo que recurrimos a voces autorizadas en la materia:
«Entendemos por prognatismo inferior—enuncia el doctor Galippe—la anomalía en virtud de la cual cesa de ser normal por un mecanismo cualquiera de la correspondencia entre los maxilares y los dientes; la mandíbula es proyectada hacia adelante, dejando el maxilar superior más o menos retrasado y dando así a la fisonomía un aspecto que recuerda la deformación que hemos descrito en los perros de presa.»
¡No protestéis! La patología comparada tiene sus sorpresas, que, confesémoslo, no dejan en muy buen lugar el prestigio del animal humano. El único privilegio del que el hombre puede envanecerse, si como tal lo tenemos, es el de ser, entre todos los seres vivos, el que está cargado de mayor numero de taras morbosas; no creemos que sea motivo de mostrarse orgulloso.
Es de notar que el desarrollo anormal del maxilar inferior va acompañado frecuentemente de anomalías concomitantes: en algunos casos se observa una desviación del tabique nasal; en otros, la nariz excesivamente alargada o gruesa, sin desviación. Igualmente se ha observado que muchos prognatos son raquíticos, aunque no puede afirmarse la constancia de este hecho. La lengua misma ofrece un desarrollo anormal, que hace viciosa la pronunciación; esta particularidad se ha señalado en Luis XIII y en Carlos V. Luis XIII tartamudeó durante bastante tiempo. Recordando que el naturalista Geoffroy Saint-Hilaire ha establecido que los anormales lo son en toda su organización, no es temerario augurar que los individuos afectados de anomalías exteriores las padecen también en su estructura íntima. Aun hay más: las anomalías psíquicas concurren comúnmente con los estigmas físicos; por consiguiente, ni qué decir la importancia que tiene esta noción. Los especialistas han hecho observar hace ya tiempo que «ciertas anomalías… concurren con gran frecuencia en grupos de sujetos cuyo estado de degeneración no ofrece a nadie dudas» 3)
Es creencia corriente la de que el mentón avanzado indica voluntad firme, confundiendo ésta con la obstinación testaruda. En efecto. Los prognatos inferiores son, casi siempre, testarudos o impulsivos, que bajo la influencia de un movimiento de cólera contraen sus maxilares, lo que les da momentáneamente un aspecto feroz; pero esto no les impide ser neurópatas, degenerados. Es de gran interés observar que entre los artistas que han representado a sus personajes, lo mismo en caricatura como en papeles simbólicos, hay uno que merece especial mención: Leonardo da Vinci. No contento éste con recurrir al prognatismo inferior, al querer imprimir a sus caras un carácter feroz, como cuando representa alegóricamente la guerra, o para darles un aire ridículo, como en el retrato de aquella condesa del Tirol, de fealdad repugnante, que él exagera aún más; cuando Leonardo tiene que indicar la bajeza moral del individuo cuyos rasgos dibuja, le asigna el estigma de degeneración que nos ocupa; así procedió con el traidor Judas en su famosa pintura de Milán, La Cena. 4). No es aquél una excepción. Entre los primitivos se encuentran ejemplos análogos. Los verdugos de Cristo están representados con enormes bocios, con cicatrices escrofulosas y con deformidades variadas. El doctor Galippe nos señala al efecto las admirables composiciones de Juan de Stradamus, célebre artista flamenco, consagradas a la pasión, muerte y resurrección de Cristo, en las que ciertos soldados o verdugos aparecen en forma de enanos de piernas torcidas, cojos con muletas, individuos raquíticos, afectados, algunos, de prognatismo inferior. Teunier, Van Ostade y otros pintores de la escuela holandesa han usado del mismo artificio con idéntico objeto. ¿Es fatalmente indicio de decadencia intelectual o moral la deformación anatómica o teratológica? Sería temerario pretenderlo y más afirmarlo a priori sin examinar las particularidades psíquicas de cada individuo; lo que sí podemos desde ahora adelantar es que entre los prognatos a los que vamos a pasar revista encontraremos, al lado de casos de imbecilidad o debilidad mental, algunos genios o superhombres, como Carlos V. Pero éste, como su hijo Felipe II y sus descendientes, no estaba exento de taras neuropáticas y de otras clases que oscurecieron en distinto grado sus facultades más brillantes. Una de las primeras dificultades con que tropezamos en el estudio que vamos a emprender es la falta de veracidad de los documentos iconográficos con que contamos. Se impone la necesidad de la crítica, de operar una selección con frecuencia penosa. ¿Y dónde buscar los documentos? Unos se conservan en las colecciones públicas, en las bibliotecas; éstos son los más abordables; otros se guardan en colecciones privadas y son de más difícil acceso. Alguna vez hemos tenido la suerte de encontrarlos reunidos con motivo de exposiciones, como la del Toisón de Oro, organizada hace algunos años en los salones del palacio del Gobierno provincial de Brujas. Hasta entonces, nunca había sido posible ver simultáneamente los rasgos de un grupo de personajes históricos representados por tantas efigies de todas clases: retratos pintados, miniaturas, medallas, estatuas, estampas, etc., ni hacer su estudio comparativo en tan buenas condiciones 5).
No basta, decíamos hace poco en otro lugar, 6) recorrer los museos y las colecciones clásicas de retratos, levantar las esculturas y losas de las tumbas, examinar los sellos, miniaturas, medallas, dibujos, estatuas y bustos representativos de nuestros soberanos; hay que determinar la autenticidad de los personajes que figuran en ellos. Los escultores y medallistas han sido siempre más sinceros que los pintores. Éstos, por interés o por miedo, han tendido a adular a sus modelos; los grabadores, a su vez, han deformado con frecuencia los retratos al interpretarlos. Con estas reservas, si se encuentra en todas las piezas examinadas una particularidad común —aunque esté atenuada o disimulada—, será forzoso inducir que ha existido; los documentos iconográficos, además, tienen siempre una ventaja sobre los textos impresos: la de que el artista se preocupa menos que el escritor del partido que en el porvenir pueda sacarse de su obra para reconstituir la psicología o, por mejor decir, la psico-fisiología del personaje que se encarga de representar. Maximiliano I (1459-1519), hijo de Federico III y Leonor de Portugal, tenía diez y ocho años cuando se unió con María de Borgoña. Hay varias representaciones del emperador Maximiliano, en forma de óleos, medallas, monedas o estampas; en todas se ve el prognatismo inferior. Los medallistas y dibujantes, que se pliegan a la realidad más que los pintores, se muestran unánimes en poner de relieve el signo característico de la cara imperial. El dibujo de Alberto Durero, tomado del natural, ofrece todas las garantías para nuestro objeto; en su parte superior derecha, a modo de testimonio de la sinceridad de su lápiz, el artista escribió: «Este es el emperador Maximiliano, que yo, Alberto Durero, he retratado en el castillo de Augsburgo, en su habitación del piso superior, en el año de 1518, el lunes que sigue a la fiesta de San Juan Bautista.» No podía pedirse más precisión. Debemos desconfiar, sin embargo, de los retratos retocados, según la tradición, varios siglos después de la desaparición del personaje que representan. Con los Habsburgo, especialmente, será prudente no remontarse a una época demasiado antigua, para evitar el peligro de servirse de documentos de autenticidad recusable. Federico III (1415-1439) es el primer Habsburgo cuya efigie se reconoce como auténtica 7). La medalla que lo reproduce 8) es de una verdad sorprendente; se ve claramente en ella el avance del maxilar inferior y el retraso del labio superior, que encontraremos mucho más acusados en su hijo Maximiliano.
Digamos, de paso, que el emperador Maximiliano tenía en gran estima a su pintor. Se cuenta que un día en que Durero pintaba al fresco, el emperador rogó a uno de sus gentileshombres que se prestara durante unos momentos a que el pintor subiera sobre él para alcanzar al lugar en que debía aplicar el pincel. Como el gentilhombre se mostrara ofendido al recibir aquella orden, Maximiliano le dijo con tono severo: «Yo puedo hacer un noble de un campesino; pero no podría hacer de un noble un pintor como éste». 9) Aun siendo sobrios en detalles sobre la constitución física de su héroe, los biógrafos de este emperador relatan algunas particularidades que no son indiferentes. «Ya fuese por vicio de organización, o por incuria de su preceptor, el príncipe articuló tan mal hasta la edad de diez años, que su madre, desolada, lo consideraba ya como mudo para toda la vida; pero este defecto desapareció poco a poco, y después Maximiliano brilló siempre por una gran facilidad de elocución». 10) Lo que sabemos de otra fuente es que Maximiliano era muy instruido y hablaba indiferentemente con los embajadores en alemán, en latín, en italiano o en francés. Compuso varias obras y se le deben varios descubrimientos relativos al arte militar. «Había dotado a su ejército de una artillería formidable; su iconografía nos lo muestra discutiendo con sus fundidores y admirando con la boca abierta un mortero, antecesor de la Fleissige Bertha, el 420 del año 1914». 11)
El emperador Maximiliano pretendió conquistar el renombre de «el más grande capitán de todos los tiempos», aspiración fundada en que le habían profetizado sería un conquistador famoso. La creencia en las predicciones y la afición a lo maravilloso son comunes a los siglos XV y XVI; por consiguiente, no hay pretexto para inducir que tuviese un carácter más o menos místico el que compartía, en suma, las supersticiones de sus contemporáneos; pero sabemos otras particularidades suyas que tienen una relación con la patología. Atacado, según una frase hecha, tomada del dialecto italiano, della rabbia papale (de la rabia papal), tuvo en un tiempo la idea de abdicar y trocar la corona imperial por la tiara pontificia. En consecuencia, acosó al papa Julio II para que lo adoptase como adjunto en el ejercicio del sacerdocio supremo y le confiriese, atrepellando los derechos del Sacro Colegio, una dignidad de carácter electivo, de la que, por este motivo, no podría disponer el Santo Padre. Recibió el emperador una negativa categórica, y concibió tal resentimiento contra Julio II, que puso en juego todo su crédito y hasta el de su aliado Luis XII para hacer que el Concilio de Pisa depusiera al que había osado resistírsele. Hay una carta de Maximiliano a su hija que, si no es apócrifa, testimonia sentimientos que en nada se parecen a la humildad. Este curioso autógrafo, fechado en 18 de septiembre de 1511, está concebido en los términos siguientes: «Mañana enviaremos a Roma para buscar la forma de que el Papa nos haga su coadjutor, a fin de que, a su muerte, podamos tener asegurado el papado; hecho sacerdote y después santo, os será necesario adorarme después de mi muerte, cuando ya seré glorioso… El papa sufre ahora sus fiebres dobles y no puede durar mucho tiempo…». 12)
Como se ha hecho observar justamente, «no era como Carlos V, su nieto, por cansancio de honores, por lo que Maximiliano quería dejar el imperio, sino por apetecer otros honores; en Carlos V la ambición estaba satisfecha; en Maximiliano se renovaba. Bien considerado, el monje de Yuste (Saint Just, dice en el original) fue menos loco que su abuelo.» Sin hablar más extensamente de sus pretensiones al papado —Maximiliano, con este propósito, había entrado en relación con los Függer, célebres banqueros, y a fin de obtener de ellos las sumas necesarias para satisfacer su ambición, había de dar como fianza la corona, el cetro de Carlomagno y todos los ornamentos imperiales—, sin insistir más sobre este episodio de su vida, que al menos atestigua un acceso de megalomanía, 13) debemos señalar un hecho que pone de manifiesto un desarreglo cerebral que, por otra parte, se mostrará mucho más acusado en los Habsburgo de España.
En Juana la Loca y en casi todos sus descendientes, desde Carlos V a Carlos II, encontramos la afición por las cosas fúnebres, la tenatofilia, usando un término científico, que es indicio de una perturbación mental para los alienistas. Desde el año 1515, según uno de sus historiadores, que habla con frecuencia en tono panegírico, lo que no disminuye el valor de sus informaciones, Maximiliano llevaba consigo en todos sus viajes un cofre en forma de sepulcro. Este mueble singular estaba siempre colocado en su dormitorio, y con frecuencia se le oía dirigirle la palabra. Las gentes de su séquito estaban convencidas de que allí se guardaba el tesoro del príncipe, 14) como si Maximiliano fuese hombre capaz de poseer un tesoro. El cofre era sencillamente un féretro acompañado de todos sus accesorios.
El emperador había dado minuciosas instrucciones para la ejecución de sus funerales; su testamento contenía las disposiciones más singulares: ordenaba que su cuerpo fuese afeitado y depilado, que se le arrancasen todos los dientes antes de la inhumación, para molerlos y reducirlos a cenizas; quería, además, que lo enterrasen con calzoncillos, pues era el más pudibundo de los mortales. 15) Este exagerado pudor 16) no impidió a Maximiliano tener varios hijos naturales; se le atribuyen lo menos ocho sobre los que tuvo de legítimo matrimonio.
Como es sabido, su primera mujer fue María de Borgoña, hija de Carlos el Temerario. Sin recordar como terminó éste su vida aventurera ante las murallas de Nancy, 17) sin inquietarnos tampoco por la suerte de sus restos, 18) no olvidaremos, sin embargo, una particularidad descubierta por el examen anatómico de su esqueleto, muy especialmente de su cráneo: éste presentaba precisamente el prognatismo 19) que tanto nos importa descubrir, dondequiera que lo encontremos, a fin de reforzar nuestra tesis. Anotemos, además, que el Temerario tenía el grueso labio inferior que tan frecuentemente acompaña a la anomalía del maxilar.
Este espesor del labio inferior lo encontramos también en el padre del Temerario, Felipe el Bueno, que nos ha sido representado 20) «de regular estatura…» nariz no aguileña, pero larga; frente despejada y amplia… labios gruesos y coloreados, etc. 21). En la de Bruselas existe un vaciado del cráneo de Juan sin Miedo, 22) hijo de Felipe el Atrevido; en él se ha comprobado que aquél también tenía la nariz larga, pero sus labios eran delgados. Se parecía más a su madre, Margarita de Flandes, que a su padre Felipe el Atrevido. Margarita tenía «una mandíbula inferior alta y finos labios». 23)
En cuanto a Felipe, tanto en el busto que se conserva en la antigua Cartuja de Champmol, en Dijón, como en uno de sus retratos que forma parte de la colección de madame Vaucheret, en París, se ve, sobre todo en el retrato, perfilarse una nariz de respetables proporciones, y bajo la nariz aparece la barbilla saliente, que, sin ser exagerada, está bien manifiesta.
Son fáciles de apreciar los mismos caracteres en el padre de Felipe, Juan el Bueno, cuyo retrato, que data de 1358 ó 1359, es «el primer cuadro que puede, calificarse de bueno y serio como retrato.»
Si nos remontamos hasta Felipe VI de Valois, del que hay una estatua notable en el Museo del Louvre, para examinar uno a uno los abuelos de María de Borgoña, llegamos la conclusión de que si los Valois no han aportado el estigma decadente a los Habsburgo, que ya estaban provistos de él, se lo han reforzado.
Así, «de la serie de seis generaciones que acabamos de enumerar, ni un continuador de la rama, ni un anillo de la cadena se nos escapa. Tenemos los más elocuentes retratos del Temerario; maravillosas efigies de su padre, Felipe el Bueno; Juan nos ha sido conservado en cuadros y miniaturas; principalmente en miniaturas, auténticas y copiosas, Felipe el Atrevido.
De Felipe el Atrevido al rey Juan, su padre, y de Juan a Felipe VI de Valois, no hay interrupción. Todos, o casi todos, son prognatos, de gruesos labios colgantes; todos anuncian a María de Borgoña y Carlos V». 24)
¿No se ha llegado hasta pretender que alguna efigie del rey San Luis, que estuvo en la Santa Capilla, acusa cierto grado de prognatismo, lo que permitiría atribuir un origen común al prognatismo de los Valois y al de los Borbones?
¿Debemos afirmar, en conclusión, que la boca austríaca es de origen borgoñón, que el prognatismo de los Habsburgo proviene esencialmente de la casa de Borgoña? Se aduce frecuentemente en apoyo de esta opinión una anécdota, contada por Brantôme, que vamos a consignar acompañada de nuestras reflexiones. Después de recordar que la reina María (de Hungría), hermana de Carlos V, había permanecido viuda, «muy joven y muy bella», a pesar de su gran boca, «saliente como la de todos los Austria, y que no se debe, sin embargo, a la casa de Austria, sino a la de Borgoña», el historiógrafo de las Damas galantes de su tiempo narra la historia siguiente:
La reina Leonor (hermana mayor de Carlos V y esposa de Francisco I), de paso en Dijón, fue a practicar sus devociones al monasterio de los Cartujos. Tuvo la curiosidad, un tanto macabra, de ver los cuerpos de sus antepasados borgoñones, y, a fin de complacer el real deseo, se abrieron las tumbas que los encerraban. Algunos estaban tan bien conservados y tan enteros que, viéndoles la boca «gritó repentinamente (citamos el texto de Brantóme): «¡Ahí Creía yo que nuestra boca era austríaca; pero, a lo que veo, se la debemos a María de Borgoña, nuestra abuela y a otros duques de Borgoña, antepasados nuestros. Si veo a mi hemiano el emperador, se lo diré, o se lo escribiré». 25)
Si hemos de creer a Brantôme, contaba lo que le había oído a una dama que estaba presente cuando la reina Leonor, bien provista de labios también, según la referencia, profirió la exclamación.
Bernard de la Mamroye, autor de villancicos que se han hecho populares, hace observar, al citar el pasaje del escritor del siglo XVI, que el vocablo lofre en el dialecto borgoñón significa «labios gruesos, como se dice que eran los de la casa de Austria.»
Evidentemente, el charlatán Brantôme no inspira la suficiente confianza 26) para que se acepten sin comprobación sus aserciones.
¿Cómo pudo contemplar la reina Leonor los rasgos de María de Borgoña en la iglesia de la Cartuja de Dijón, si estos restos se conservan en Brujas? En cuanto a Carlos el Temerario, ¿no se sabe que su tumba está en Nancy, y que Margarita de Flandes está enterrada en Lille? Solos Felipe el Atrevido, Juan Sin Miedo, Margarita de Baviera, Felipe el Bueno e Isabel de Portugal fueron inhumados en el monasterio de Chapmol en Dijón.
De todos modos, podría no discutirse que el espesor del labio inferior y el saliente del maxilar correspondiente se encontraban en los antepasados borgoñones de Carlos V, sin quedar por ello autorizados a decir que «la boca colgante es, como el Toisón de Oro, una creación francesa, dividida por mitad entre España y Austria» (H, Bouchot). Aun sin su unión con los miembros de la familia ducal de Borgoña, es evidente que los Habsburgo habrían conservado e impuesto su estigma familiar ». 27)
¿Es heredera la casa de España de una anomalía reforzada por la alianza entre dos representantes de dinastías igualmente afectados de la misma anomalía? El examen iconográfico de los soberanos españoles nos va a permitir contestar esta pregunta.
Ya en el siglo XIV se observa el prognatismo típico en el rey de Castilla Enrique II (1333-1379), cuya estatua funeraria, que se encuentra en la catedral de Toledo, ofrece el conjunto facial conocido: barbilla alta, labio inferior exageradamente desarrollado y nariz alargada. Las mismas particularidades tiene su nieto Juan II, padre de Isabel la Católica. Y ésta, ¿comparte el tipo familiar ? Así lo hace sospechar un cuadro que se conserva en el Museo del Prado. No sería de extrañar que, provistos del prognatismo los ascendientes paternos y maternos de Juana la Loca, ésta lo reprodujese a su vez.
Examinando los retratos de esta última que han figurado en la exposición del Toisón de Oro, así como el que existe en el Museo de Bruselas, no sabríamos qué decir sobre la exactitud de la descripción que nos han hecho de ella: «Juana tenía la cabeza muy alargada, transversalmente aplanada, la mandíbula inferior más avanzada que la superior, el labio inferior grueso, la nariz larga y los ojos a flor de la cara».
Poseía, por consiguiente, todos los caracteres que hoy constituyen el tipo familiar de los Habsburgo. Así, pues, al casarse Juana la Loca con Felipe el Hermoso lleva ya el estigma degenerativo que poseía su cónyuge. 28)
La hija de Maximiliano I y María de Borgoña, Margarita de Austria, se parecía a su padre Maximiliano, aun más que su hermano Felipe, y ya hemos visto el grado de prognatismo que presentaba aquél.
Para seguir con fidelidad nuestro programa, hemos de establecer aún la correlación entre las anomalías físicas o anatómicas cuya existencia acabamos de demostrar, con las anomalías psíquicas, primero en los ascendientes y luego en los descendientes de Carlos V.
Autor: Dr. Augustin Cabanés.
«El mal hereditario. Los descendientes de Carlos V»
Ediciones Mercurio, Madrid, 1927
NOTAS
1 Chateaubriand, en las Mémoires d’autre-tombe (Ed. Biré, t. I, 269) dice: «Jamás olvidaré aquella mirada que tan pronto había de apagarse. María Antonieta, al sonreír, dibujaba tan bien la forma de su boca, que el recuerdo de aquella sonrisa ( ¡cosa espantosa! ) me hizo reconocer la mandíbula de la hija de los reyes, cuando se descubrió la cabeza de la infortunada en las exhumaciones de 1815.» El 9 de enero de 1816, en el discurso que pronunció en la Cámara de los Pares, el autor del Genio del cristianismo proclamaba que en el cráneo de la reina, que él había tenido en la mano «aun se podían reconocer los rasgos en quíe se manifestaba, con la gracia de la mujer, la majaestad de la reina».
2 Doctor V. Galippe, L’Hérédité des stigmates de dégénérescence et les familles souveraines, 1905
3 Doctor A. Ley, Les stigmates bucco-faciaux de la dégénérescence (Revue trimestrelle belge de Stomatologie, nº 2, 1911, p. 13).
4 Fue pintada primero sobre la pared y cubierta de yeso; después volvió a pintarla en varios sitios (Souvenirs de Mme. Vigée-Lebrum, t. I, 1869, 263).
5 Doctor Osw. Rubbrecht, L’origine du type familial de la maison de Habsbourg, prefacio (Bruselas, 1910) |
6 Chron. medic. 15 diciembre 1919, 379.
7 Se conoce la divisa que decoraba su escudo; esta divisa consistía en las vocales A, E, I, O U, que Federico III explicaba así: Austriae est imperase orbi universo, y en alemán: Alles Erdreich ist Osterreich Unterthan.
8 Galippe, op. cit., 101,
9 Maximilien Ier, empereur d’Alemagne, et Marguerite d’Autriche, sa fille, gouvernante des Pays-Bas, bosquejo biográfico, por M. La Glay, París, 1839.
10 La Glay; 2.
11 L. Nass, Un precurseur de Guillaume II (Correpondant médicale, enero de 1916).
12 Oeuvres de A.-V. Arnault, t. I (Critiques philosophiques et littéraires); París, 1826, 388,
13 El orgullo de Maximiliano era tan grande, escribe el doctor L. Nass (loc. cit.) que hizo componer bajo su propia dirección una serie de dibujos, notablemente ejecutados, por añadidura, para vulgarizar sus proezas. No teniendo gran confianza en sus historiógrafos, y pensando que nunca se está ,bien servido como cuando se sirve uno mismo, dictó a su secretario Marcos Treytsanwein, en 1512, la prosa y los versos que habían de ilustrar su Triunfo. No consta éste de menos de 128 planchas, en las que se ve desfilar, después de todos los símbolos, parábolas y atributos del príncipe, la imponente cohorte de las provincias y pueblos nominalmente sometidos al imperio. Todos los países del mundo, incluso los negros de Calicut, estaban presentes. El megalómano se contentaba, con justo motivo, con aquella apariencia de dominio.
14 Philomneste (G. Peignot), Le livre des Singularités, 200-201.
15 Erat enim omnium mortalium verecumdissimus, escribe Crispiniew (Maximil., 610.)
16 Cuando quedó viudo por segunda vez, en 1510, participaba a su hija que no quería ya tratar a ninguna mujer desnuda (v. Le Livre des Singularités, 197-8).
17 Chron. medic., 1º de octubre de 1908, 633-5.
18 V, la Chron. méd., 1º de mayo de 1909, 291-2; c. Recueil des publications de la Socíeté havraise, 1884, t. II, 23, y el Bulletin de la Société d’Archéologie lorraine, t. V (1885), 36-95, etc.
19 Diferimos en esto de la opinión de nuestro distinguido colega el doctor Osw. Rubbrecht (cf. Revue trimestrelle belge de Stomatologie, diciembre de 1908), cuyos argumentos no nos han convencido. El examen de los diversos retratos del Temerario que reproduce contradicen la opinión que sostiene. Además, ¿no reconoce en uno de sus opúsculos que María de Borgoña era prognata? (Trois portraits de la maison de Bourgogne, por Memlinc; Brujas, 1910, 24).
20 Especialmente por Georges Chastellain, cronista oficial del duque de Borgoña, en su Eloge du bon duc Philippe.
21 Tenemos pocos detalles sobre la constitución física de Felipe el Bueno; solamente se sabe que sucumbió, no de una hemorragia cerebral, como se ha creído durante mucho tiempo, sino de una neumonía, complicada quizás con un edema agudo del pulmón (v. la muerte de Felipe el Bueno, duque de Borgoña, por el doctor L. Lemaire, extracto de la Revue de Nord, nov. 1910, Lille, 1910: Chron. méd., febrero, 1914, 45).
22 Doctor Ch. van Swygenhoven, Quelques considerations sur les ossements et particulièrment sur le crâne de Jean Sans Peur, duc de Bourgogne (Bulletin de l’Académie des Sciences et Lettres de Bruxelles, t. X, 2.a parte; Briusietes, 1843, 229-39).
23 Rubbrecht, op. cÍt., 10,
24 Prefacio de Henri Bouchot a la obra del doctor Galippe
25 Mem. de Brantôme, t. II (Leyde, 1722), 101-2.
26 V. sobre el crédito que puede concederse a los dichos de Brantôme, las Surces de l’Histoire de France, siglo XVI (1494-1610) por Henri Hauser, t II, (Francisco I y Enrique II); París, 1909, 31.
27 Galippe.
28 El retrato del Museo de Bruselas (atribuido a Jacob Van Laethem), obra seguramente contemporánea, hecha, probabemente, en el taller del pintor oficial de la corte, es un documento de gran valor. En él aparece el príncipe con ligero prognatismo, muy de acuerdo, casi seguro, con la realidad ; O. Rubbrecht, 111.
Publicado el 22/09/2009 11:29. Archivado en Wayback Machine
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Gatopardo dijo:
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