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Emperador Maximiliano I, retratado por Alberto Durero

Siempre hemos sentido curiosidad por conocer las características de los personajes que han representado un papel preponderante en la historia; pero, ¿con qué contamos ordinaria- mente para satisfacerla? Con documentos de autenticidad sospechosa que se contra­dicen mutuamente, con representaciones idea­lizadas en que se adivina la preocupación del artista más por adular su modelo que por darnos su fisonomía con precisión realista. Al retocar un retrato, con pretexto de embellecerlo, se corre el riesgo, no sólo de alterar el parecido, sino el de suprimir algún signo que nos permitiría identificar el per­sonaje, y cuya importancia ha sido durante mucho tiempo desconocida. Aquí salimos del campo de la estética para entrar en el de la ciencia. Consideremos, por ejemplo, una serie de efigies representativas de la reina de Francía,  María Antonieta: todas o casi todas acu­san entre sí desemejanzas. Está mas o menos embellecida, según el pincel sea más o menos cortesano. Pero, ha­ciendo abstracción de la pintura embelleci­da, se encuentra, en todas o en casi todas es­tas imágenes, los signos distintivos de la ra­za a que perteneció aquella princesa austriaca; principalmente su boca, tan característi­ca,  desde el punto de vista de un antropólogo, y que sigue siendo tan de la familia, que aun hoy se encuentra, sin modificaciones apreciables, en la madre de uno de los soberanos reinantes en un país del que nos separa una cadena de montañas, pues no estamos en tiempos en que pueda decirse que no hay Pirineos. ¿Qué tiene de particular esta boca para imprimir a la fisonomía una marca tan sin­gular? A decir verdad, la tara ancestral está ate­nuada en María Antonieta, y la barbilla, un tanto pesada, desaparece en un conjunto relativamente  gracioso;   pero   el  prognatismo, como decimos en nuestra jerga,  es patente. 1) Lo mismo que la hipertrofia, el desarrollo exagerado del labio inferior es innegable. Agréguese a esto una altura anormal de la frente,  los globos oculares salientes, como fuera de la órbita, y tendremos los rasgos generales de la dinastía de los Habsburgo, que nos proponemos estudiar desde el punto de vista psicopatológico.

Dibujo de María Antonieta realizado por Jacques Louis David en la rue Saint-Honoré momentos antes de la ejecución.

Indudablemente, la transmisión de estas anomalías no ha sido siempre integral: cier­tos miembros de la familia han heredado el prognatismo del maxilar y no el labio grue­so; otros, el labio sin el saliente de la mandíbula; por consiguiente, no podríamos comprobar la transmisión hereditaria del tipo fa­miliar; desde ahora, y en todo lo que sigue, trataremos de demostrarla. Se ha escrito, con razón 2), que este ca­rácter teratológico, «tan patente, se ha trans­mitido con tal constancia, que forma, digá­moslo así, parte integrante de esta familia y le imprime carácter». Si hemos elegido a los Habsburgo para el estudio de la herencia morbosa en la historia, es porque con ningu­na otra familia real se puede probar con tanta facilidad, gracias precisamente a la constan­cia de la anomalía facial de la que acabamos de mencionar. Sin entrar excesivamente en explicaciones técnicas, nos parece oportuno decir cómo se produce el prognatismo inferior al que con tanta frecuencia nos vamos a referir. Conviene, en primer lugar, definirlo, pa­ra lo que recurrimos a voces autorizadas en la materia:

«Entendemos por prognatismo inferior—enuncia el doctor Galippe—la anomalía en virtud de la cual cesa de ser normal por un mecanismo cualquiera de la  correspondencia entre los maxilares y los dientes; la mandíbula es proyectada hacia adelante, dejando el maxilar superior más o menos retrasado y dando así a la fisonomía un aspecto que recuerda la deforma­ción que hemos descrito en los perros de presa.»

Emperador Federico III, retratado por Hans Burgkmair

¡No protestéis! La patología comparada tiene sus sorpresas, que, confesémoslo, no dejan en muy buen lugar el prestigio del ani­mal humano. El único privilegio del que el hombre puede envanecerse, si como tal lo te­nemos, es el de ser, entre todos los seres vi­vos, el que está cargado de mayor numero de taras morbosas; no creemos que sea motivo de mostrarse orgulloso.

Es de notar que el desarrollo anormal del maxilar inferior va acompañado frecuente­mente de anomalías concomitantes: en al­gunos casos se observa una desviación del ta­bique nasal; en otros, la nariz excesivamente alargada o gruesa, sin desviación. Igualmente se ha observado que muchos prognatos son raquíticos, aunque no puede afirmarse la constancia de este hecho. La lengua misma ofrece un desarrollo anormal, que hace viciosa la pronunciación; esta particularidad se ha señalado en Luis XIII y en Carlos V. Luis XIII tartamudeó durante bastante tiempo. Recordando que el naturalista Geoffroy Saint-Hilaire ha establecido que los anorma­les lo son en toda su organización, no es te­merario augurar que los individuos afectados de anomalías exteriores las padecen también en su estructura íntima. Aun hay más: las anomalías psíquicas concurren comúnmente con los estigmas físicos; por consiguiente, ni qué decir la importancia que tiene esta noción. Los especialistas han hecho observar ha­ce ya tiempo que «ciertas anomalías… con­curren con gran frecuencia en grupos de su­jetos cuyo estado de degeneración no ofrece a nadie dudas» 3)

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Cabezas grotescas por Leonardo da Vinci

Es creencia corriente la de que el mentón avanzado indica voluntad firme, confundien­do ésta con la obstinación testaruda. En efec­to. Los prognatos inferiores son, casi siem­pre, testarudos o impulsivos, que bajo la in­fluencia de un movimiento de cólera contraen sus  maxilares, lo que les da momentáneamente un aspecto feroz;  pero esto no les impi­de ser neurópatas, degenerados. Es de gran interés  observar  que entre  los  artistas  que han representado a sus personajes, lo mismo en  caricatura  como en  papeles   simbólicos, hay uno que merece especial mención: Leonardo da Vinci.  No contento éste con re­currir al prognatismo inferior, al querer imprimir a sus  caras un carácter feroz,  como cuando representa alegóricamente la guerra, o para darles un aire ridículo, como en el re­trato de aquella condesa del Tirol, de feal­dad repugnante, que él exagera aún más; cuando Leonardo tiene que indicar la bajeza moral del individuo cuyos rasgos dibuja, le asigna el estigma de degeneración que nos ocupa; así procedió con el traidor Judas en su famosa pintura de Milán, La Cena. 4). No es aquél una excepción. Entre los pri­mitivos se encuentran ejemplos análogos. Los verdugos de Cristo están representados con enormes bocios, con cicatrices escrofulosas y con deformidades variadas. El doc­tor Galippe nos señala al efecto las admira­bles composiciones de Juan de Stradamus, cé­lebre artista flamenco, consagradas a la pa­sión, muerte y resurrección de Cristo, en las que ciertos soldados o verdugos aparecen en forma de enanos de piernas torcidas, cojos con muletas, individuos raquíticos, afectados, algunos, de prognatismo inferior. Teunier, Van Ostade y otros pintores de la escuela holandesa han usado del mismo artificio con idéntico objeto. ¿Es fatalmente indicio de decadencia inte­lectual o moral la deformación anatómica o teratológica? Sería temerario pretenderlo y más afirmarlo a priori sin examinar las par­ticularidades psíquicas de cada individuo; lo que sí podemos desde ahora adelantar es que entre los prognatos  a los que vamos a pasar re­vista encontraremos, al lado de casos de imbecilidad o debilidad mental, algunos genios o superhombres, como Carlos V. Pero éste, como su hijo Felipe II y sus descendientes, no estaba exento de taras neuropáticas y de otras clases que oscurecieron en distinto gra­do sus facultades más brillantes. Una de las primeras dificultades con que tropezamos en el estudio que vamos a emprender es la falta de veracidad de los docu­mentos iconográficos con que contamos.  Se impone la necesidad de la crítica, de operar una selección con frecuencia penosa. ¿Y dón­de buscar los documentos? Unos se conser­van en las  colecciones públicas,  en las bi­bliotecas;  éstos   son   los   más   abordables; otros se guardan en colecciones privadas y son de más difícil acceso. Alguna vez hemos tenido la suerte de encontrarlos reunidos con motivo de exposiciones, como la del Toisón de Oro, organizada hace algunos años en los salones del palacio del Gobierno provincial de Brujas. Hasta entonces, nunca había sido posible  ver  simultáneamente  los  rasgos  de un grupo de personajes históricos represen­tados por tantas efigies de todas clases:  re­tratos  pintados,  miniaturas,  medallas,  estatuas, estampas, etc., ni hacer su estudio com­parativo en tan buenas condiciones 5).

Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, retratado por Barend van Orley

No basta, decíamos hace poco en otro lu­gar, 6) recorrer los museos y las colecciones clásicas de retratos, levantar las esculturas y losas de las tumbas, examinar los sellos, miniaturas, medallas, dibujos, estatuas y bustos representativos de nuestros soberanos; hay que determinar la autenticidad de los personajes que figuran en ellos. Los escultores y medallistas han sido siempre más sinceros que los pintores. Éstos, por interés o por miedo, han tendido a adular a sus modelos;  los grabadores, a su vez, han deformado con frecuencia los retratos al interpretarlos. Con estas reservas, si se encuentra en todas las piezas examinadas una particularidad común —aunque esté atenuada o disimulada—, será forzoso inducir que ha existido; los documentos iconográficos, además, tienen siempre una ventaja sobre los textos impresos:   la de  que el artista se preocupa menos que el escritor del partido que en el porvenir pueda sacarse de su obra para reconstituir la psicología o, por mejor decir, la psico-fisiología del personaje que se encarga de representar. Maximiliano I (1459-1519), hijo de Federico III y Leonor de Portugal, tenía diez y ocho años cuando se unió con  María de Borgoña. Hay varias representaciones   del emperador Maximiliano, en forma de óleos, medallas, monedas o estampas;  en todas se ve el prognatismo inferior. Los medallistas y dibujantes, que se pliegan a la realidad más que los pintores,  se muestran unánimes en poner de relieve el signo característico de la cara imperial. El dibujo de Alberto Durero, tomado del natural, ofrece todas las garan­tías para nuestro objeto; en su parte supe­rior derecha, a modo de testimonio de la sin­ceridad de su lápiz, el artista escribió: «Este es el emperador Maximiliano, que yo, Alberto Durero, he retratado en el castillo de Augsburgo, en su habitación del piso superior, en el año de  1518, el lunes que sigue a la fies­ta de San Juan Bautista.» No podía pedirse más precisión. Debemos desconfiar, sin embargo, de los retratos retocados, según la tradición, varios siglos después de la desaparición del personaje que representan. Con los Habsburgo, especialmente,  será prudente no remontarse a una época demasiado antigua, para evitar el peligro de servirse de documentos de autenticidad recusable. Federico III (1415-1439) es el primer Habsburgo cuya efigie se reconoce como auténtica 7). La medalla que lo reproduce 8) es de una verdad sorprendente; se ve claramente en ella el avance del maxilar inferior y el retraso del labio superior, que encontraremos mucho más acusados en su hijo Maximiliano.

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Familia del emperador Maximiliano de Austria, retratada por Bernhard Strigel

Digamos, de paso, que el emperador Maximiliano tenía en gran estima a su pintor. Se cuenta que un día en que Durero pinta­ba al fresco, el emperador rogó a uno de sus gentileshombres que se prestara durante unos momentos a que el pintor subiera sobre él pa­ra alcanzar al lugar en que debía aplicar el pincel. Como el gentilhombre se mostrara ofendido al recibir aquella orden, Maximiliano le dijo con tono severo: «Yo puedo hacer un noble de un campesino; pero no podría hacer de un noble un pintor como éste». 9) Aun siendo sobrios en detalles sobre la constitución física de su héroe, los biógrafos de este emperador relatan algunas particu­laridades que no son indiferentes. «Ya fuese por vicio de organización, o por incuria de su preceptor, el príncipe articuló tan mal hasta la edad de diez años, que su madre, desolada, lo consideraba ya como mudo para toda la vida; pero este de­fecto desapareció poco a poco, y después Ma­ximiliano brilló siempre por una gran facili­dad de elocución». 10) Lo que sabemos de otra fuente es que Ma­ximiliano era muy instruido y hablaba indi­ferentemente con los embajadores en alemán, en latín, en italiano o en francés. Compuso varias obras y se le deben varios descubri­mientos relativos al arte militar. «Había do­tado a su ejército de una artillería formidable; su iconografía nos lo muestra discutiendo con sus fundidores y admirando con la boca abierta un mortero, antecesor de la Fleissige Bertha, el 420  del año 1914». 11)

El emperador Maximiliano pretendió conquistar el renombre de «el más grande ca­pitán de todos los tiempos», aspiración fun­dada en que le habían profetizado sería un conquistador famoso. La creencia en las predicciones y la afición a lo maravilloso son comunes a los siglos XV y XVI; por consi­guiente, no hay pretexto para inducir que tu­viese un carácter más o menos místico el que compartía, en suma, las supersticiones de sus contemporáneos; pero sabemos otras parti­cularidades suyas que tienen una relación con la patología. Atacado, según una frase hecha, tomada del dialecto italiano, della rabbia papale (de la rabia papal), tuvo en un tiempo la idea de abdicar y trocar la corona imperial por la tiara pontificia.  En  consecuencia,  acosó  al papa Julio II para que lo adoptase como ad­junto en el ejercicio del sacerdocio supremo y le confiriese, atrepellando los derechos del Sacro Colegio, una dignidad de carácter elec­tivo, de la que, por este motivo, no podría disponer el Santo Padre. Recibió el empera­dor una negativa categórica, y concibió tal resentimiento contra  Julio   II,  que  puso en juego todo su crédito y hasta el de su aliado Luis XII para hacer que el Concilio de Pisa depusiera al  que había osado resistírsele. Hay una carta de Maximiliano a su hija que, si no es apócrifa, testimonia sentimien­tos que en nada se parecen a la humildad. Este curioso autógrafo, fechado en 18 de septiembre de 1511, está concebido en los términos siguientes: «Mañana enviaremos a Roma para buscar la forma de que el Papa nos haga su coadjutor, a fin de que, a su muerte, podamos tener asegurado el papa­do; hecho sacerdote y después santo, os se­rá necesario adorarme después de mi muerte, cuando ya seré glorioso… El papa sufre aho­ra sus fiebres dobles y no puede durar mu­cho tiempo…». 12)

Como se ha hecho ob­servar justamente, «no era como Carlos V, su nieto, por cansancio de honores, por lo que Maximiliano quería dejar el imperio, si­no por apetecer otros honores; en Car­los V la ambición estaba satisfecha; en Maxi­miliano se renovaba. Bien considerado, el monje de Yuste (Saint Just, dice en el origi­nal) fue menos loco que su abuelo.» Sin hablar más extensamente de sus pretensiones al papado —Maximiliano, con este propósito, había entrado en relación con los Függer, célebres banqueros, y a fin de obte­ner de ellos las sumas necesarias para satis­facer su ambición, había de dar como fianza la corona, el cetro de Carlomagno y todos los ornamentos imperiales—, sin insistir más sobre este episodio de su vida, que al menos atestigua un acceso de megalomanía, 13) de­bemos señalar un hecho que pone de manifiesto un desarreglo cerebral que, por otra parte, se mostrará mucho más acusado en los Habsburgo de España.

Carlo II, por Carreño

Carlos II, el hechizado, retratado por Carreño

 En Juana la Loca y en casi todos sus descendientes, desde Carlos V a Carlos II, en­contramos la afición por las cosas fúnebres, la tenatofilia, usando un término  científico, que es indicio de una perturbación mental para los alienistas. Desde el año 1515, según uno de sus historiadores, que habla con frecuen­cia en tono panegírico, lo que no disminuye el valor de sus informaciones,  Maximiliano llevaba consigo en todos sus viajes un cofre en forma de sepulcro. Este mueble singular estaba siempre colocado en su dormitorio, y con frecuencia se le oía dirigirle la palabra. Las gentes de su séquito estaban convenci­das de que allí se guardaba el tesoro del prín­cipe, 14) como si Maximiliano fuese hombre capaz de poseer un tesoro. El cofre era sen­cillamente un féretro acompañado de todos sus accesorios.

El emperador había dado minuciosas ins­trucciones para la ejecución de sus funera­les; su testamento contenía las disposiciones más singulares: ordenaba que su cuerpo fue­se afeitado y depilado, que se le arrancasen todos los dientes antes de la inhumación, para molerlos y reducirlos a cenizas; quería, además, que lo enterrasen con calzoncillos, pues era el más pudibundo de los mortales. 15) Este exagerado pudor 16) no impidió a Maximiliano tener varios hijos naturales; se le atribuyen lo menos ocho sobre los que tuvo de legítimo matrimonio.

Como es sabido, su primera mujer fue Ma­ría de Borgoña, hija de Carlos el Temerario. Sin recordar como terminó éste su vida aven­turera ante las murallas de Nancy, 17) sin inquietarnos tampoco por la suerte de sus restos, 18) no olvidaremos, sin embargo, una particularidad descubierta por el examen ana­tómico de su esqueleto, muy especialmente de su cráneo: éste presentaba precisamente el prognatismo 19) que tanto nos importa descubrir, dondequiera que lo encontremos, a fin de reforzar nuestra tesis. Anotemos, además, que el Temerario tenía el grueso la­bio inferior que tan frecuentemente acompaña a la anomalía del maxilar.

Este espesor del labio inferior lo encon­tramos también en el padre del Temerario, Felipe el Bueno, que nos ha sido represen­tado 20) «de regular estatura…» nariz no aguileña, pero larga; frente despejada y am­plia… labios gruesos y coloreados, etc. 21). En la de Bruselas existe un vaciado del cráneo de Juan sin Miedo, 22) hijo de Felipe el Atrevido; en él se ha comprobado que aquél también tenía la nariz larga, pero sus labios eran delgados. Se parecía más a su madre, Margarita de Flandes, que a su padre Felipe el Atrevido.  Margarita tenía «una mandíbula inferior alta y finos labios». 23)

En cuanto a Felipe, tanto en el busto que se conserva en la antigua Cartuja de Champmol, en Dijón, como en uno de sus retratos que forma parte de la colección de madame Vaucheret, en París, se ve, sobre todo en el retrato, perfilarse una nariz de respetables proporciones, y bajo la nariz aparece la bar­billa saliente, que, sin ser exagerada, está bien manifiesta.

Son fáciles de apreciar los mismos carac­teres en el padre de Felipe, Juan el Bue­no, cuyo retrato, que data de 1358 ó 1359, es «el primer cuadro que puede, calificarse de bueno y serio como retrato

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Juan II, el bueno, rey de Francia

 

Si nos remontamos hasta Felipe VI de Valois, del que hay una estatua notable en el  Museo del Louvre, para examinar uno a uno los abuelos de María de Borgoña, llegamos la conclusión de que si los Valois no han aportado el estigma decadente a los Habsburgo, que ya estaban provistos de él, se lo han reforzado.

Así, «de la serie de seis generaciones que acabamos de enumerar, ni un continuador de la rama, ni un anillo de la cadena se nos es­capa. Tenemos los más elocuentes retratos del Temerario; maravillosas efigies de su pa­dre, Felipe el Bueno; Juan nos ha sido con­servado en cuadros y miniaturas; principal­mente en miniaturas, auténticas y copiosas, Felipe el Atrevido.
De Felipe el Atrevido al rey Juan, su pa­dre, y de Juan a Felipe VI de Valois, no hay interrupción. Todos, o casi todos, son prognatos, de gruesos labios colgantes; todos anuncian a María de Borgoña y Carlos V
». 24)

¿No se ha llegado hasta pretender que al­guna efigie del rey San Luis, que estuvo en la Santa Capilla, acusa cierto grado de prognatismo, lo que permitiría atribuir un origen común al prognatismo de los Valois y al de los Borbones?

Felipe el Atrevido, Philippe II le Hardi,

¿Debemos afirmar, en conclusión, que la boca austríaca es  de origen borgoñón, que el prognatismo  de los  Habsburgo proviene esencialmente  de la  casa de  Borgoña? Se aduce frecuentemente en apoyo de esta opi­nión una anécdota,  contada por  Brantôme, que vamos a consignar acompañada de nues­tras reflexiones. Después de recordar que la reina María (de Hungría), hermana de Car­los V, había permanecido viuda, «muy joven y muy bella», a pesar de su gran boca, «saliente como la de todos los Austria, y que no se debe, sin embargo, a la casa de Austria, sino a la de Borgoña», el historiógrafo de las Damas galantes de su tiempo narra la his­toria siguiente:

La reina Leonor (hermana mayor de Car­los V y esposa de Francisco I), de paso en Dijón, fue a practicar sus devociones al mo­nasterio de los Cartujos. Tuvo la curiosidad, un tanto macabra, de ver los cuerpos de sus antepasados borgoñones, y, a fin de compla­cer el real deseo, se abrieron las tumbas que los encerraban. Algunos estaban tan bien conservados y tan enteros que, viéndoles la boca «gritó repentinamente  (citamos el texto de Brantóme):   «¡Ahí   Creía yo que nuestra boca era austríaca; pero, a lo que veo, se la debemos a María de Borgoña, nuestra abue­la   y  a  otros  duques  de  Borgoña,   antepa­sados nuestros. Si veo a mi hemiano el emperador, se lo diré, o se lo escribiré».  25)

Si hemos de creer a Brantôme, contaba lo que le había oído a una dama que estaba pre­sente cuando la reina Leonor, bien provista de labios también, según la referencia, pro­firió la exclamación.

Bernard de la Mamroye, autor de villanci­cos que se han hecho populares, hace ob­servar, al citar el pasaje del escritor del si­glo XVI, que el vocablo lofre en el dialecto borgoñón significa «labios gruesos, como se dice que eran los de la casa de Austria.»

Evidentemente, el charlatán Brantôme no inspira la suficiente confianza 26) para que se acepten sin comprobación sus aserciones.

¿Cómo pudo contemplar la reina Leonor los rasgos de María de Borgoña en la igle­sia de la Cartuja de Dijón, si estos restos se conservan en Brujas? En cuanto a Carlos el Temerario, ¿no se sabe que su tumba está en Nancy, y que Margarita de Flandes está enterrada en Lille? Solos Felipe el Atrevi­do, Juan Sin Miedo, Margarita de Baviera, Felipe el Bueno e Isabel de Portugal fueron inhumados en el monasterio de Chapmol en Dijón.

De todos modos, podría no discutirse que el espesor del labio inferior y el saliente del maxilar correspondiente se encontraban en los antepasados borgoñones de Carlos V, sin quedar por ello autorizados a decir que «la boca colgante es, como el Toisón de Oro, una creación francesa, dividida por mitad en­tre España y Austria» (H, Bouchot). Aun sin su unión con los miembros de la familia ducal de Borgoña, es evidente que los Habsburgo habrían conservado e impuesto su es­tigma familiar ». 27)

¿Es heredera la casa de España de una anomalía reforzada por la alianza entre dos representantes de dinastías igualmente afectados  de  la  misma  anomalía?  El  examen  iconográfico de los soberanos españoles nos va a permitir contestar esta pregunta.

Ya en el siglo XIV se observa el prognatismo típico en el rey de Castilla Enrique II  (1333-1379), cuya estatua funeraria, que se encuentra en la catedral de Toledo, ofrece el conjunto facial  conocido:  barbilla alta, labio inferior exageradamente  desarrollado  y na­riz alargada. Las mismas particularidades tie­ne su nieto Juan II, padre de Isabel la Ca­tólica. Y ésta,  ¿comparte el tipo familiar ? Así lo hace sospechar un cuadro que se con­serva en el Museo del Prado.  No sería de extrañar que, provistos del prognatismo los ascendientes paternos y maternos de Juana la Loca, ésta lo reprodujese a su vez.

Juana I de Castilla, la loca, retratada por Juan de Flandes

Examinando los retratos de esta última que han figurado en la exposición del Toisón de Oro, así como el que existe en el Museo de Bruselas, no sabríamos qué decir sobre la exactitud de la descripción que nos han he­cho de ella: «Juana tenía la cabeza muy alargada, transversalmente aplanada, la man­díbula inferior más avanzada que la supe­rior, el labio inferior grueso, la nariz larga y los ojos a flor de la cara».

Poseía, por con­siguiente, todos los caracteres que hoy cons­tituyen el tipo familiar de los Habsburgo. Así, pues, al casarse Juana la Loca con Felipe el Hermoso lleva ya el estigma de­generativo que poseía su cónyuge. 28)
La hija de Maximiliano I y María de Borgoña, Margarita de Austria, se parecía a su padre Maximiliano, aun más que su hermano Felipe, y ya hemos visto el grado de prog­natismo que presentaba aquél.

Para seguir con fidelidad nuestro progra­ma, hemos de establecer aún la correlación entre las anomalías físicas o anatómicas cu­ya existencia acabamos de demostrar, con las anomalías psíquicas, primero en los ascendientes y luego en los descendientes de Carlos V.

Autor: Dr. Augustin Cabanés.
«El mal hereditario. Los descendientes de Carlos V»
Ediciones Mercurio, Madrid, 1927

NOTAS

1 Chateaubriand, en las Mémoires d’autre-tombe (Ed. Biré, t. I, 269) dice: «Jamás olvidaré aque­lla mirada que tan pronto había de apagarse. Ma­ría Antonieta, al sonreír, dibujaba tan bien la for­ma de su boca, que el recuerdo de aquella sonrisa ( ¡cosa espantosa! ) me hizo reconocer la mandíbula de la hija de los reyes, cuando se descubrió la ca­beza de la infortunada en las exhumaciones de 1815.» El 9 de enero de 1816, en el discurso que pronunció en la Cámara de los Pares, el autor del Genio del cristianismo proclamaba que en el cráneo de la reina, que él había tenido en la mano «aun se podían re­conocer los rasgos en quíe se manifestaba, con la gracia de la mujer, la majaestad de la reina».

2 Doctor V. Galippe, L’Hérédité des stigmates de dégénérescence et les familles souveraines, 1905

3 Doctor A. Ley, Les stigmates bucco-faciaux de la dégénérescence (Revue trimestrelle belge de Stomatologie, nº 2, 1911, p. 13).

4 Fue pintada primero sobre la pared y cubier­ta de yeso; después volvió a pintarla en varios si­tios (Souvenirs de Mme. Vigée-Lebrum, t. I, 1869, 263).

5   Doctor Osw.  Rubbrecht, L’origine du type familial de la maison de Habsbourg, prefacio (Bru­selas,   1910) |

6    Chron.  medic.   15  diciembre   1919,  379.

7    Se conoce la divisa que decoraba su escudo; esta divisa  consistía en las vocales A,  E,   I,  O  U, que  Federico  III explicaba así:   Austriae est imperase orbi universo, y en alemán:   Alles Erdreich ist Osterreich  Unterthan.

8   Galippe, op. cit., 101,

9 Maximilien Ier, empereur d’Alemagne, et Marguerite d’Autriche, sa fille, gouvernante des Pays-Bas, bosquejo biográfico, por M. La Glay, Pa­rís, 1839.

10   La Glay; 2.

11 L. Nass, Un precurseur de Guillaume II (Correpondant médicale, enero de 1916).

12    Oeuvres  de A.-V.  Arnault, t.  I (Critiques philosophiques  et  littéraires);  París,   1826,   388,

13 El orgullo de Maximiliano era tan grande, escribe el doctor L. Nass (loc. cit.) que hizo com­poner bajo su propia dirección una serie de dibu­jos, notablemente ejecutados, por añadidura, para vulgarizar sus proezas. No teniendo gran confian­za en sus historiógrafos, y pensando que nunca se está ,bien servido como cuando se sirve uno mismo, dictó a su secretario Marcos Treytsanwein, en 1512, la prosa y los versos que habían de ilustrar su Triunfo. No consta éste de menos de 128 planchas, en las que se ve desfilar, después de todos los símbolos, parábolas y atributos del príncipe, la im­ponente cohorte de las provincias y pueblos nominalmente sometidos al imperio. Todos los países del mundo, incluso los negros de Calicut, estaban presentes. El megalómano se contentaba, con jus­to motivo, con aquella apariencia de dominio.

14    Philomneste (G. Peignot), Le livre des Sin­gularités,   200-201.

15   Erat enim omnium mortalium verecumdissimus, escribe Crispiniew (Maximil., 610.)

16   Cuando   quedó   viudo   por   segunda   vez,   en 1510, participaba a su hija que no quería ya tratar a ninguna mujer desnuda (v. Le Livre des Singularités,  197-8).

17    Chron.   medic.,  1º de octubre de 1908, 633-5.

18   V,  la Chron.  méd.,   1º de mayo  de   1909, 291-2;   c.   Recueil des  publications  de  la  Socíeté havraise,  1884, t. II, 23, y el Bulletin de la Société d’Archéologie lorraine, t.  V (1885),  36-95, etc.

19  Diferimos  en esto  de la opinión de nuestro distinguido colega el doctor Osw.  Rubbrecht (cf. Revue trimestrelle belge de Stomatologie, diciembre de 1908), cuyos argumentos no nos han conven­cido. El examen de los diversos retratos del Teme­rario que reproduce contradicen la opinión que sostiene. Además, ¿no reconoce en uno de sus opúsculos que María de Borgoña era prognata? (Trois portraits de la maison de Bourgogne, por Memlinc; Brujas, 1910, 24).

20      Especialmente por  Georges   Chastellain,  cro­nista oficial del duque de Borgoña, en su Eloge du bon duc Philippe.

21    Tenemos pocos detalles sobre la constitución física  de   Felipe el  Bueno;   solamente  se  sabe  que sucumbió, no de una hemorragia cerebral, como se ha creído durante mucho tiempo, sino de una neu­monía,  complicada  quizás  con  un edema agudo  del pulmón   (v.   la muerte  de   Felipe  el   Bueno,   duque de Borgoña, por el doctor L. Lemaire, extracto de la Revue  de Nord, nov.   1910, Lille,  1910:  Chron. méd.,  febrero,   1914,  45).

22 Doctor   Ch.   van   Swygenhoven,   Quelques considerations sur les ossements et particulièrment sur le crâne de Jean Sans Peur, duc de Bourgogne (Bulletin de l’Académie des Sciences et Lettres de Bruxelles, t. X, 2.a parte;  Briusietes,  1843, 229-39).

23  Rubbrecht,   op. cÍt., 10,

24  Prefacio de Henri Bouchot a la obra del doctor Galippe

25  Mem. de   Brantôme,   t.  II (Leyde, 1722), 101-2.

26   V.  sobre el crédito que puede concederse a los dichos de Brantôme, las Surces de l’Histoire de France, siglo XVI  (1494-1610) por Henri Hauser, t II, (Francisco I y Enrique II);  París,  1909, 31.

27 Galippe.

28 El retrato del Museo de Bruselas (atribuido a Jacob Van Laethem), obra seguramente contem­poránea, hecha, probabemente, en el taller del pin­tor oficial de la corte, es un documento de gran valor. En él aparece el príncipe con ligero prog­natismo, muy de acuerdo, casi seguro, con la reali­dad ; O. Rubbrecht, 111.

Publicado el 22/09/2009 11:29. Archivado en Wayback Machine

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