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LOS MUERTOS VIVIENTES DE TAZMAMART

taznamart

Todo Marruecos sabía que les había ocurrido algo aterrador. Se hablaba de ellos en voz baja entre amigos de confianza, pero las conversaciones estaban formadas por preguntas sin respuesta. Desde su secuestro, el 7 de agosto de 1973 por la noche, nadie sabía lo que había sido de los militares encarcelados en Kenitra. Purgaban las penas a las que les había condenado un tribunal ordinario a la vista de la opinión pública mundial, y después habían desaparecido. Traslado no sólo geográfico, sino cronológico: era como si la mano real les hubiera sacado del mundo. Entonces quedan abolidos los códigos jurídicos, las convenciones y los tratados internacionales sobre los derechos humanos firmados por Marruecos, la comedia judicial interpretada en público, y reina, como en la época de las tinieblas, únicamente la arbitrariedad del señor absoluto.

Habían desaparecido en la noche y la niebla, igual que entaño algunos deportados de los campos de concentración nazis, y por los mismos motivos. Pues  —y los documentos lo demuestran— era para imprimir un sentimiento de terror a los reacios por lo que se adoptaba la decisión de clasificar a determinados deportados en la categoría Nacht und Nebel: al contrario que los demás, cuyo paradero y cuyo destino eran conocidos de sus familias, ésos, aniquilados, se convertirían en inimaginables.

El silencio duró seis años

En 1979 una familia recibió unas líneas emborronadas en un trozo de papel transmitido por un guardián comprado a precio de oro. El mensaje pedía con urgencia medicamentos (aspirinas, pomadas oftálmicas, vitaminas, calcio). Hablaba de «el infierno que sufrimos». Decía que los presos se hallaban en «Tazmamart, al pie del yebel Layachi».

Tazmamart se halla en el Alto Atlas, en la carretera de Rich a Gurrama. Unos 80 kilómetros antes de Gurrama, poco después de cruzar un uadi, hay que tomar a la izquierda en una pista que sube a la montaña. Sobre la penitenciaría se yergue un enorme peñón blanco en el cual están pintadas las palabras «Dios, Patria y Rey». El lugar está clasificado como zona militar y los centinelas amenazan con abrir fuego sobre toda persona que trate de acercarse. Los aviones tienen prohibido sobrevolar la región. El invierno, que es glacial, dura ocho meses al año.

Después llegó la carta escrita el 5 de abril de 1980 por Abdellatif Belkebir. El capitán Belkebir fue condenado en el juicio de Sjirat a cuatro años de cárcel y 5.000 dirhams de multa. Cuando por fin dio indicios de vida, hacía más de cinco años que había purgado su pena, comprendida la prisión preventiva.

«He tratado de indicar en esta carta —escribía— todo lo que ha ocurrido desde nuestro traslado desde la casa central de Kenitra a la maldita prisión de Tazmamart. La noche memorable del 7 de agosto de 1973 cambió nuestros destinos. Nos despertaron sin contemplaciones ni aviso previo, nos maniataron, nos pusieron vendas en los ojos y por fin nos tiraron como sacos en camiones militares que nos llevaron a la base aérea. Dos aviones militares nos transportaron como si fuéramos paquetes a Ksar es Suk, desde donde otros camiones militares nos trasladaron del mismo modo a Tazmamart, la terrible Bastilla.

Al llegar, por la mañana, nos registraron y nos condujeron a toda prisa a nuestras celdas asfaltadas; nos encerraron uno por uno para no sacarnos de allí jamás.»

El suboficial mecánico Benaissa Rashdi había sido condenado a tres años de cárcel y 250 dirhams de multa por su participación en el ataque al «Boeing». De hecho, su papel se había limitado a armar los «F-5» por orden de sus superiores y sin que dudara ni un solo momento de que se trataba de un vuelo de entrenamiento de rutina.

Sus dibujos permiten ver exactamente las celdas de las que él y sus camaradas no han salido nunca desde el 8 de agosto de 1973, o sea, 16 años en el momento en que se escriben estas líneas.

Salvo los muertos

Dieciséis años sin salir una sola vez de esas celdas para la eternidad. Miden 3,90 metros de largo por 2,40 metros de ancho y 3,73 metros de alto. En un rincón hay retretes turcos sin cadena. Una losa de cemento sin colchón sirve de cama. Dos mantas y basta. Ni mesa ni silla. Los únicos utensilios que se ponen a disposición del preso son un tazón de plástico y un plato.

La principal característica de los calabozos es que noche y día están sumidos en la oscuridad. El aire, pero no la luz, llega por 17 agujeros de 10 centímetros de diámetro perforados en la parte del muro que da al pasillo. El pasillo en sí carece de luz, los carceleros no la encienden mas que cuando se distribuye el rancho, para ver el plato que se les tiende. En el techo existe otro agujero, también de 10 centímetros de diámetro, pero un falso techo de chapa ondulada tapa la luz. Así, incluso en verano, cuando el sol alcanza su nivel más brutal, los emparedados de Tazmamart no disciernen el paso de la noche al día más que por una atenuación casi imperceptible de las tinieblas que les rodean.

Dieciséis años de noche

El castigo tiene un carácter simbólico. El sol, la luz, no son para Marruecos argumentos turísticos. Son la riqueza   hasta para los más desposeídos, la belleza gratuita exaltada por poemas, cuentos, canciones. «Reino del sol», repite el propio rey, pero para las víctimas de la mano real, se trata de las tinieblas. A partir del momento de la detención, el primer castigo es la privación de la luz, antes incluso de las torturas. Una venda sobre los ojos, durante meses, para quienes van al derb Muley Sherif; una mazmorra oscura, durante dieciséis años, para los de Tazmamart.

Los presos, pese a estar aislados, no están solos. En su estilo, que introduce una especie de ingenuidad en la descripción del infierno, Abdellatif Belkebir escribe: «Las pulgas y las cucarachas son las dueñas indiscutibles de este sitio. Proliferan los escorpiones. A veces llegan serpientes que persiguen a las ratas por el pasillo, para gran diversión de los carceleros armados de porras, tristes guardianes del infierno, que disfrutan con estos espectáculos macabros. El croar de los cuervos y el ulular de los buhos confieren una nota de abandono a esta siniestra prisión.»

Como el hormigón de las celdas hace eco con el mínimo ruido, en lugar de apagarlo,como haría la piedra, la cacofonía es ensordecedora: soliloquios de presos que tratan de huir del mutismo, diálogos aullados, recitaciones en voz alta del Corán, que muchos aprenden de memoria gritándose las suras de una celda a la otra. Divagaciones de un camarada que va cayendo en la locura, llamadas de socorro de los agonizantes. Los presos dicen unánimemente que el estruendo figura entre sus peores sufrimientos.

El frío es otro suplicio tanto más duro cuanto que a los militares se les encarceló en Kenitra en el mes de julio de 1971 o en el de agosto de 1972: llevaban sus uniformes de verano, con los cuales han de hacer frente al riguroso invierno de la montaña.

La alimentación es frugal. Por la mañana, un vaso de café frío y un bollo. A mediodía, un caldo claro en el que nadan unas verduras. A la tarde un plato de pasta. «Cuando nos dieron dos sardinas y un huevo duro, al cabo de varios años de privaciones, fue para nosotros un gran acontecimiento.»

Aplastados por el régimen al que se les sometía, los presos iniciaron una huelga de hambre. La interrumpieron al cabo de ocho días, sin haber recibido la menor visita de los responsables del presidio; los carceleros se regocijaban abiertamente por no tener que atender al servicio del rancho (en ningún caso puede la distribución de la pitanza a alguien durar más de diez segundos). Un preso cayó enfermo. «¡Qué se muera!», respondieron los carceleros. En julio de 1974 expiró la pena de dos militares. Cuando uno de ellos se asombró por no salir en libertad, el guardián le preguntó: «¿Cuánto te había tocado? —Tres años—.  Aquí no hay que decir tres años, hay que decir para siempre.»

Comprendieron que la prisión sería su tumba

«La vida del preso se ha convertido en una lucha incesante —escribe el capitán Belkebir—. La lucha contra el frío: el invierno es glacial, en Tazmamart nieva. El preso se despierta de noche tiritando, y transido se lanza a un baile de loco. El zumbido del aire en las tejas da a la noche un carácter demoníaco. En verano el calor es tórrido, casi se ahoga uno en las mazmorras y el preso se ve obligado a pegar la nariz al «chivato» de la puerta para aspirar algo de aire fresco, y cuando, agotado, con el techo ardiendo, quiere buscar algún reposo en su cama de piedra, es asaltado por todas partes y sin cesar por todo género de parásitos (chinches, pulgas, mosquitos, cucarachas, arañas, etc.). Los escorpiones vienen pérfidos a colarse bajo las mantas; el espectro de ese repugnante animal nos prohibe hacer cualquier movimiento espontáneo: varios presos han sufrido sus picaduras. El aburrimiento disminuye mucho la moral y el físico del preso. Para romper esa rutina mortal, está obligado a caminar a tientas, pero el espacio es reducido. Toda conversación es casi imposible, pues la disposición de las mazmorras la impide, y el escándalo de las demás voces transforma el edificio en un auténtico carnaval. El único refugio que le queda es la plegaria y la postración. El Corán fue un gran apoyo a todo lo largo de nuestra estancia (varios de nosotros lo hemos aprendido de memoria, evidentemente por vía oral).

El preso está vestido de harapos, va descalzo, el pelo y la barba que no ha pasado por el peluquero desde hace varios años le dan el aspecto nada tranquilizador de un auténtico vagabundo. Las lluvias del otoño transforman a la mayor parte de las celdas en un pantano y después en una marisma.»

A lo largo de dieciséis años ni una visita médica ni de enfermeras, ni una atención a los presos enfermos. Todos ellos eran jóvenes y se hallaban en la cumbre de su forma física. Las mazmorras los destrozaron físicamente en poco tiempo.

«Mi salud es precaria —escribe otro preso—. He perdido la dentadura, tengo destrozado el estómago, orino más de 12 veces al día y tengo eccemas por todo el cuerpo. No te inquietes, no temo en absoluto a la muerte. Lo único que pido es que llegue silenciosa, conforme a las normas del Islam.»

Y otro dice: «Imagínate momias ambulantes de cuarenta y cinco kilos de peso, con una cara desolada, pelo y barba largos, que se cortan con un pedazo de cinc afilado. En cuanto a las uñas, nos las cortamos como podemos con los dientes, es decir, los que todavía los tienen. Estos infortunados paladines del suplicio están en sus tres cuartas partes medio locos, y los de treinta años están calvos…»

La muerte no tarda en llegar. Abdellatif Belkebir: «Un compañero que tenía excelente salud nos informó de que sangraba mucho por la nariz; después nos comunicó que ya no se podía sostener sobre las piernas. Cuando estaba solo, ya no podía venir a tomar la comida a la puerta y se hacía las necesidades en los harapos. Como los carceleros se contentaban con abrir y cerrar, poco les importaba que se comiera o no. El compañero era valiente y todos los días nos comunicaba cómo estaba, y su moral era buena. Se inició una parálisis parcial que pasó a ser total. El delirio del compañero nos hizo compartir con él noches de pesadilla. Cuando ya no pudo hablar, vinieron a sacarle con sus mantas. Unos minutos después volvieron con él y lo dejaron sin más en el suelo helado de la cárcel. «Le hemos puesto una inyección», dijeron con tono hipócrita. Al día siguiente el camarada exhaló su último suspiro. Llegaron enmascarados (por el hedor), lo sacaron envuelto en sus harapos y lo enterraron en el patio sin ritos religiosos.»

La hierba crece en el patio de la prisión, porque los presos no tienen derecho a pisarlo. El director, hombre avezado, trae un rebaño de cabras y de corderos. Una fosa común recibe a los muertos, enterrados sin que se observen los ritos musulmanes. Para los presos, todos los cuales son profundamente creyentes, es el colmo del horror. Las cartas lo expresan de forma unánime. Aceptan la muerte, pero desean que «venga silenciosa, conforme a las normas del Islam». Se les niega hasta eso. Uno de ellos escribe: «Se llega a oír hasta la agonía del moríbundo durante uno o dos días, hasta que se apaga en el silencio. Cuando llegan, lo envuelven en una manta sucia. Se oyen las palas y los picos de fuera y termina la operación.» Y otro dice: «¡Sin una mortaja ni abluciones en un país musulmán! Creo que desde Ramsés II ningún preso ha padecido los malos tratos, los sufrimientos y las penas que soportamos nosotros.» La evocación, a primera vista insólita, de Ramsés II es justa: el poder del Faraón se ejerce hasta el más allá.

Otro preso murió de hemorragia rectal

En ese mundo cerrado por excelencia florecen fantasmas y supersticiones. Todos los presos tienen una fijación morbosa con un buho, convertido para ellos en la encarnación de la muerte. El ave nocturna empezaría a ulular cuando un enfermo entra en la agonía y se detendría en el momento exacto de su defunción.
En otoño de 1982 había: diecinueve cadáveres en la fosa común. En la primavera de 1990 eran veintisiete.

Se desconoce el número exacto de los emparedados de Tazmamart. La cárcel está integrada por varios bloques sin comunicación entre sí. Se sabe con certeza que allí estuvieron presos los militares sublevados de Kenitra, pero entre los muertos enterrados en el patio figuran oficiales y suboficiales que no aparecen en ninguna lista de condenados. ¿Por qué se les ha enviado ahí, en virtud de qué sentencia? Nadie sabe decirlo. Su presencia no guarda forzosamente relación con las dos tentativas de golpe de Estado. Se dice que una tarde un suboficial de guardia en la puerta del palacio de Rabat vio llegar a una mujer titubeante, totalmente ebria. No la reconoció y le negó la entrada. Era una princesa real. El suboficial salió para Tazmamart.

El teniente M’barek Tuil, encargado del armamento de los «F-5» en la base de Kenitra, constituye una excepción notable entre sus compañeros: trasladado con ellos a la cárcel, tuvo el privilegio de salir de ella con un breve permiso. Tuil está casado con una estadounidense, con la que tiene un hijo. Nancy Tuil volvió a los Estados Unidos, donde enseña matemáticas en Nebraska. A instancias de ella, la Embajada de los Estados Unidos en Rabat multiplicó las gestiones para obtener detalles sobre el destino corrido por su marido. En 1985, cuando la situación económica de Marruecos le ponía a merced del padrino estadounidense, M’barek Tuil recibió un tratamiento para dejarle presentable, se le sacó de su celda, se le llevó a Rabat y se le enseñó al embajador de los Estados Unidos, Joseph Verner Reed, actualmente jefe de protocolo del Departamento de Estado. Después de ello, se volvieron a llevar al teniente a Tazmamart para correr la misma suerte que los demás. Su único privilegio consiste en que puede intercambiar correspondencia con su mujer. Una vez al año, un gendarme entrega en la Embajada de los Estados Unidos el paquete con sus cartas; una vez al año, el director de la cárcel le entrega a él las escritas por Nancy Tuil.

Aida Hashad, farmacéutica muy próspera, hizo una tentativa desesperada de tener noticias de su marido, oficial de aviación preso en Tazmamart. Gracias a amigos bien situados, supo qué día jugaría el rey al golf en Dar es Salam. Se acercó al campo con su hija Huda, de 15 años. Los centinelas apostados en el exterior dejaron pasar a las dos mujeres, cuya pertenencia a la alta burguesía era evidente. Huda corrió hacia el rey con una carta en la mano y llegó hasta él antes de que la retuvieran los guardaespaldas. Hassan jugaba con invitados extranjeros. Dio la orden de que le acercaran a la muchacha y le preguntaran lo que quería, como si se tratara de una gestión común y corriente de la Corte para entregarle un placet. Aida Hashad y su hija quedaron muchos meses bajo la vigilancia especial de la Policía.

El militante sindicalista Hucin el-Manuzi comparte probablemente el calvario de los militares

El-Manuzi, sentenciado en rebeldía en el proceso de Marrakech, en 1971, fue secuestrado el 1 de noviembre de 1972 en el aeropuerto de Túnez por la Policía secreta marroquí y fue devuelto al país en avión especial. Tenía veintinueve años. Si todavía vive, hoy tendrá cuarenta y siete. Su familia no pudo obtener ninguna información sobre su paradero. También él es Nacht und Nebel. Sus padres se enteraron por los pasquines de búsqueda pegados en los muros, que lo calificaban de «muy peligroso», de su participación en la tentativa de evasión del teniente coronel Ababu, del brigada Akka y de los hermanos Burquat… Su padre, un poco demasiado activo, fue detenido en 1973, torturado en el derb Muley Sherif, trasladado a otro centro de detención, donde permaneció diez meses y después llevado a la cárcel de Casablanca. Quedó incluido en el juicio de julio de 1976, o sea, tres años después de su detención, contra cuarenta y dos militantes (uno de los múltiples juicios que no hemos ni siquiera mencionado, pues harían falta varios volúmenes para tratar de manera exhaustiva de la represión judicial en Marruecos). Durante los debates, el abogado Abderrahim Herrada hizo que el presidente le formulase la siguiente pregunta: «¿Tiene algún pariente preso?» El infortunado padre mencionó a su hijo, cuyo paradero le era desconocido. Acabó por ser absuelto.

Toda la información indica que si Hucine el-Manuzi no ha sucumbido al régimen concentracionario, se encuentra en Tazmamart.

Y con él, quizás, algunos de los desaparecidos por docenas en Marruecos.
Las cartas son rarísimas y evitan citar nombres por motivos de seguridad evidentes. «Un compañero está enfermo», «Unos camaradas querían escribir al rey, que Dios guarde…». Los carceleros, de una crueldad notable por su constancia, se abstienen de deslizarse por la pendiente de la corrupción ante la perspectiva de un castigo implacable en caso de que se les descubra. Todos saben que el director de la cárcel, que no está sometido a ningún mando, rinde cuentas directamente a Palacio. Los guardias les consiguen a los presos a precio de oro luz, el tiempo justo para garabatear un mensaje. El precio del sello, que evidentemente paga la familia, es alto: 10.000 dirhams. El sueldo mensual de un profesor no supera los mil dirhams.

¿Por qué?

En lo que respecta a los militares de Sjirat, el encarnizamiento real podría explicarse, aunque no justificarse. Hassan II consideraba que Ufkir le había frustrado en su venganza al orientar a los jueces hacia la clemencia. Pero los cuarenta y tres oficiales y suboficiales del Ejército del Aire fueron condenados por un tribunal sumiso al rey, poco avaro de penas capitales y que sancionó con penas de prisión a hombres que no eran ni siquiera comparsas, dado que ignoraban que al llenar el depósito de un «F-5» estaban colaborando en una tentativa de golpe de Estado. Y esos hombres sufren en la cárcel el mismo destino que sus compañeros de Sjirat…

Y, ¿qué crimen ha cometido el sindicalista El-Manuzi para que lo expíe desde hace dieciocho años en condiciones tan atroces?

¿Qué crimen merece un castigo cuyo sadismo meticuloso y paciente hace que el justiciero sea peor que el castigado?

Hassan II dijo un día: «Para mí el colmo de la dicha es poder mirarme todas las mañanas en el espejo, al afeitarme, y no tratarme, una mañana, de «cerdo». Ése es el colmo de la dicha.» (1)

Cuando hizo aquella confidencia, los emparedados de Tazmamart llevaban ya dieciséis años de sufrimientos.

Tal vez no piensa en ellos por la mañana, ante su espejo, sino por la noche, durante las horas de diversión, que tanto le gustan y que prolonga hasta la madrugada. ¿Viene, en la profusión lujosa de sus palacios, cuando está rodeado de sus bufones y de sus putas la imagen de Tazmamart a introducir en su placer la deliciosa pimienta del contraste absoluto? ¿Disfruta más al pensar en los muertos vivientes?

¿O es sencillamente su sistema de gobierno un ejercicio razonado del terror? Su Policía no ignora que de la cárcel han salido cartas. Todo Marruecos conoce la existencia de Tazmamart. Sin embargo, el régimen de esos torturados no cambia en absoluto.

También eso se sabe. Esa arrogancia en el crimen es pedagógica. Cada marroquí debe comprender que puede verse metido por inadvertencia en un asunto peligroso, como el mecánico que llena el depósito de un avión de caza soñando con su amor y al que no bastará con que le condenen unos jueces considerados implacables para escapar a lo indecible. El miedo irracional que ello causa produce una sumisión tan absoluta como absoluto es el poder. Cuando los frentistas, que salían cantando a sufrir quince años de prisión por haber distribuido octavillas se enteren del destino de los muertos vivientes, sentirán que algo se rompe en ellos: no se sentirían con fuerzas para hacerle frente. Imposible mirar de frente el sol negro de Tazmamart.

Buchenwald, Mauthausen, Sachsenhausen y otros campos Nacht und Nebel no duraron tanto tiempo

En el momento de escribir estas líneas se puede afirmar con una casi total certidumbre que el lugar más atroz del planeta (los nazis decían «el agujero del culo del mundo»), el lugar donde el hombre es peor para el hombre, se halla a una hora de avión de Madrid, a dos de París, no lejos de una carretera por la que circulan los autobuses de turistas fascinados por la belleza de las cosas.

¿Qué más decir? ¿Qué palabras acumular al pie de ese monumento del horror?
Las únicas válidas aducibles son las que escriben ellos.

La mirada se desliza sobré las cartas escritas con mano temblorosa, llenas de letra apretada porque hay demasiado que decir y no hay bastante papel y se detiene acá o acullá en una frase:

«Las tres cuartas partes de los presos andan a cuatro patas entre las paredes de su celdas

«Los «antihombres», un poco más que ratas, un poco menos que hombres.»

«Una muerte horrible que ingurgitamos gota a gota. Desde que entramos en el agujero negro no hemos salido ni un solo día al sol.»

«Los muros de Tazmamart esconden el secreto más horrible que conoce la Humanidad.»

«En cuanto a los compañeros que quedan, unos se pasan el día acostados y otros se desplazan a cuatro patas.»

«Ayudadnos, si todavía anida nuestro recuerdo en vuestros corazones; hablad por nosotros, no silenciéis esta matanza, cerrad filas, pedid nuestra libertad.»

«Los que quedan están al borde de la locura.»

«Si guardáis silencio es como si nos entregarais a la fosa común de Tazmamart.»

Ésta es la tumba de los vivos
Este es el foso en que estamos hundidos
Aquí han expirado las aspiraciones inocentes
Aquí está el centro de todos los dolores
Nuestra desgracia, está escrito.
Dios no se puede concebir.
Oh, amigos, oh, santos, rezadle para que nos envíe
A quien nos liberará.

La última carta data del verano de 1989. No ha cambiado nada, sino que la mayor parte de los presos ahora se pasan la vida acostados, ensuciando la manta que tienen debajo, pues ya no tienen la fuerza ni la voluntad de arrastrarse hasta el agujero de evacuación.

«Un poco más que ratas, un poco menos que hombres...»

Autor: Gilles Perrault

Libro: Nuestro amigo el Rey (Notre ami le roi) Capítulo XVIII: Los muertos vivientes de Tazmamart

(1)   Entrevista concedida a Point de vue- Images du monde, 6 de octubre de 1989.

PS
Asociaciones de derechos humanos han vuelto a denunciar la existencia de centros de detención y tortura clandestinos en Marruecos. Amnistía Internacional denunció en 2004 la detención ilegal (sin que figure en registros) de unas 4.000 personas,  habiendo sido detenidas  con la excusa de los atentados de Casablanca del 16 de mayo de 2003.

Más información:

*Entrevista de Taieb Chadi a Ahmed Marzouki, autor del libro «Tazmamart cellule 10«, donde relata su presidio durante 18 años en Taznamart (en francés).

* MARRUECOS Y EL SAHARA … Y QUE LA HISTORIA NOS JUZGUE A LOS ESPAÑOLES

* LA FALTRIQUERA DEL DIFUNTO HASSAN II… Y QUE LA HISTORIA NOS JUZGUE A LOS ESPAÑOLES

* ’Sin rastro oficial’: Detenciones secretas de la CIA La lista completa incluye los casos de ciudadanos de países como Marruecos, Libia, Egipto, Pakistán, Kenia y España. Amnistía Internacional

* Marruecos y Sáhara Occidental: Deben investigarse las denuncias de un saharahui defensor de los derechos humanos Amnistía Internacional

* Poderes ilimitados:Tortura a manos del servicio de seguridad Amnistía Internacional

* Cómplices. El papel de Europa en las «entregas extraordinarias»  Amnistía Internacional

* Frágil reconciliación en Marruecos. Le monde diplomatique (español)

* Llamada Internacional. (extracto de The Wire). Junio de 2006

Foto de portada de AFP: Vista del penal de Tazmamart  

Publicado el 15/06/2009 07:56. Archivado en Wayback Machine